Fecha: 2 de mayo de 2021

Estimados y estimadas. Desde el año 1890, el primero de mayo se celebra como símbolo de la lucha y la solidaridad con los sufrimientos y reivindicaciones de la clase trabajadora. Se escogió este día en recuerdo de los hechos de Chicago de 1886 cuando se convocó una huelga —que empezó precisamente el 1 de mayo— que terminó en revuelta pocos días después. La consecución de la jornada laboral de 8 horas fue el logro más notorio de aquella acción, aunque el precio en vidas fue muy elevado. Como consecuencia, en poco tiempo se acabó reestructurando el tejido social del momento. Mucho más tarde, en 1955, el papa Pío XII bautizó este día poniéndolo bajo la advocación de san José Obrero.

La celebración de un primero de mayo siempre me sugiere un camino doloroso ya hecho, y otro largo camino porhacer aún, nada fácil y repleto de luchas. Es cierto que, en este camino ya hecho, la clase trabajadora ha conseguido muchas mejoras, pero no es menos cierto que quedan hitos importantes para conseguir, aún muy lejanos. De hecho, el mundo sigue dividido en clases: por un lado, cada día son más los pueblos y personas oprimidos que viven en la miseria más provocadora, y otros ―los menos― que viven en la opulencia. Unos mueren de hambre, otros nadan en la abundancia más escandalosa. En nuestro país, por otra parte, el paro, agravado por la pandemia, y cada día más extendido, es un flagelo que amenaza la vida colectiva, y lleva el pánico y la miseria a los hogares más sencillos. En este sentido, las noticias que nos ha dado la misma Cáritas nos indican como a lo largo de este último año, han pedido ayuda familias que nunca habrían podido imaginar que se verían en la necesidad de tener que recurrir a ella. Y más aún, la finalización de los ERTE y la elevada cantidad de empresas que deberán cerrar definitivamente creará, además, una nueva ola de necesidades.

Hay mucho trabajo por hacer. Fuera y en casa. El Concilio Vaticano II nos recuerda que toda la Iglesia debe sentirse inmersa en el trabajo para construir un mundo más justo y de hermandad, y tanto el Magisterio como la Doctrina Social de la Iglesia han sido pioneros en la defensa, ante todo, de la «dignidad inalienable de todos los trabajadores» (CDSE, 268), mientras que reitera que el estado de «plena ocupación» es un «objetivo obligado para todo ordenamiento económico que se oriente a la justicia y al bien común»(288).

Los que creemos en Jesucristo ―el hijo del carpintero― no podemos permitir que el tren de la historia de la Humanidad ―de la promoción, de la solidaridad, del trabajo por la justicia, de la igualdad de todos los hombres…― se escape solo mientras permanece aparcado en la estación, o bien marchando en solitario, el vagón de la Iglesia. Precisamente en el interior de la Iglesia nuestro compromiso como cristianos no debe quedar nunca al margen del progreso humano, porque el Maestro nos mostró el camino que retorna la dignidad a las personas, que abre los ojos, que empuja a caminar y que denuncia las injusticias. El primero de mayo apela a nuestra conciencia sabedores de que seguir a Cristo que ha resucitado equivale a hacer nuestra su llamada a una vida digna. Y hoy, la vida digna pasa por la defensa del derecho al trabajo y la promoción de los derechos de los trabajadores porque ambas se fundamentan en la naturaleza de la persona humana, su dignidad y su dimensión trascendente. Que actualmente se den altos índices de paro, disminuye las posibilidades de realización personal y profesional, sobre todo cuando se ceba en colectivos que ya sufren otras discriminaciones, como los jóvenes, las mujeres o los inmigrantes y las personas con riesgo de exclusión. Que entre todos nos esforcemos para revertir esta situación.

Vuestro,