Fecha: 4 de octubre de 2020

Estimados y estimadas:

El siglo XX ha sido un siglo de revoluciones. Pensemos en la revolución bolchevique en Rusia, en la gran marcha de Mao en China, en la revolución cubana de Fidel Castro, en el genocidio en la Camboya de Pol Pot o en la contrarrevolución de Jomeini en Irán. Son revoluciones que, sin ser del mismo signo, compartían un objetivo común: mejorar la sociedad. En realidad, la dejaron peor de lo que estaba.

En los siglos XV y XVI nacieron varias reformas religiosas en el interior del cristianismo que cayeron en los mismos —o similares— errores de la Iglesia que pretendían reformar. Si las revoluciones querían cambiar el orden de la sociedad, que consideraban injusto, las reformas religiosas se separaron de la Iglesia por considerar que era irreformable. El intento tampoco tuvo éxito, pero propició que la misma Iglesia católica iniciara un proceso de reforma que se manifestó en el Concilio de Trento (1545-1563).

En los siglos XII y XIII, cuando se consolidan las ciudades y el cristianismo se encuentra en el punto culminante de su poder temporal, aparecen también intentos de reforma para una vida más auténtica según el Evangelio. Algunos grupos se organizan al margen de la Iglesia —cátaros, valdenses, albigenses—, pero otros no la quieren abandonar, aunque quieren reformarla. Este es el caso de santo Domingo de Guzmán (1170-1221) y, sobre todo, de san Francisco de Asís (1182-1226), cuya fiesta celebramos hoy.

Francisco de Asís quería, ciertamente, reformar la Iglesia, pero lo hizo de una manera peculiar: en vez de exigir la reforma de los demás —para lo que no le faltaban razones— propuso al Papa una nueva «forma de vida». Ante la negativa papal alegando que no era posible vivir de aquella manera, Francisco le responde que, si aquello no era posible, el Evangelio no se podía cumplir. Lo que parecía una «utopía», en realidad, no lo era. En el proyecto de vida de Francisco de Asís, destaca su amor por lo que él llamaba dama pobreza. Hijo de un mercader, Francisco conocía la fortuna del comercio y lo que conllevaba la riqueza. No es que la riqueza sea mala en sí misma, pero nunca se sacia; siempre quiere más y, así, nos aparta de lo esencial. Por eso insiste Francisco en la dama pobreza, no porque sea buena en sí misma, sino porque solo viviendo pobremente no nos apartaremos de lo que realmente importa. Francisco de Asís quería vivir pobremente porque sabía que solamenteasí se podía sentir la necesidad de Dios. La dama pobrezase parece más a los «pobres de Yahvé» de los que habla la Biblia que a «la opción por los pobres» de la que hablan las teologías de la liberación, que tenían en el obispo Pere Casaldàliga un convencido representante. Si san Benito, con el ora et labora, destruyó la idea de que el trabajo manual no era digno de los hombres libres, Francisco de Asís, con la dama pobreza, advierte de los peligros de idolatrar la riqueza.

¿Es adecuado hablar hoy de pobreza, cuando lo que se intenta es erradicarla? En un mundo donde habría bienes suficientes para el bienestar de todos, y donde sería deseable que toda la gente tuviera una vida humanamente digna, hablar de pobreza puede parecer anacrónico, perode hecho, es más necesario que nunca. Tenemos infinidad de cosas superfluas e innecesarias que no llenan el sentido de nuestra vida, mientras a otros les falta de todo. Vivir pobre o modestamente nos ayudaría a mantener el sentido de carencia que hace falta para desear aquello que nos llena de verdad.

Con este espíritu, estemos atentos a la nueva encíclica del papa Francisco que, firmada este fin de semana en Asís, destacará la importancia y la necesidad de la fraternidad entre las personas.

Vuestro,