Fecha: 21 de noviembre de 2021

Decíamos que el “nosotros”, que somos la Iglesia debía contar con personas que están a la puerta, en el atrio, el lugar en que podemos dialogar con ellas. Pero llegará el día en que Dios será todo en todos, como dice San Pablo.

Hoy podemos ver y celebrar ese día en el marco de la liturgia. Hoy tenemos el gozo de contemplar el punto final de la historia. Decimos “el gozo” porque, si bien entre nosotros sentimos una gran tristeza cuando acaban las cosas buenas, como por ejemplo ante el final de una amistad o de la vida de un amigo, al contemplar cómo acaba la historia del mundo, y la historia de cada uno, con ojos del Espíritu, experimentamos una gran esperanza.

Vemos que muchas cosas nos hacen sufrir. Ante pandemias, crisis ecológicas, conflictos políticos y económicos, acciones violentas, fracaso de humanismos, algunos sienten que nuestra historia no puede acabar bien. En novelas, en el cine, en ensayos, vemos cada día eso que llaman “distopías”. Sin embargo, otros, quizá la mayoría, con una fe ciega en el progreso, siguen creyendo que la humanidad será capaz de rehacerse y solucionar todos los problemas.

Para los cristianos no se trata de optimismo o pesimismo, de tener pensamientos negativos o positivos, lo cual al fin y al cabo es cuestión de voluntarismo y de psicologías, formas de ser. Para nosotros es una convicción firme de fe: el final será Jesucristo. La celebración se llama “de Cristo Rey del universo”. Una forma de hablar, ya que ni a Él, ni a nadie que le haya conocido, se le ocurre pensar que sea “monárquico”.

En la Cruz clavaron un cartel en plan de burla: “el Rey de los Judíos”. Hoy no le quitaríamos este cartel, porque sin saberlo, quienes se burlaban decían una gran verdad. Es más, nosotros aún añadiríamos con toda convicción: “Rey de los judíos y de todo el universo”. Porque en ese cartel proclamamos dos verdades fundamentales:

          Que Cristo vendrá, no como fracasado y derrotado, muerto en la Cruz, sino como victorioso, vencedor de todo mal y toda muerte.

          Que Él ha penetrado nuestra historia de sufrimiento y de muerte, llenándola de sentido, de luz, salvándola desde dentro.

¿Cómo no desear que venga? Hemos repetido tantas veces: “Venga a nosotros tu Reino”… Sabemos que vendrá, lo queramos o no. Pero en la oración que Él mismo nos enseñó, expresamos nuestro deseo de que venga aquí, a nosotros, a cada uno. Porque, para nosotros, su Reino significa la plenitud, la máxima felicidad, el cumplimiento de todos los anhelos de la humanidad. Y su Reino no llegará a cada uno, si no es deseado, buscado y acogido.

Por eso, también es correcta la petición: “Que sepamos entrar en tu Reino”, que lo busquemos y nos dispongamos a llegar hasta él.

De momento estamos en el umbral (como decíamos del poeta ante la Iglesia). Cuando Dios quiera, daremos el paso adelante, para que Él nos reciba y, con toda la creación, gocemos de su gloria.