Fecha: 3 de enero de 2021

El pasado 1 de enero comenzamos un año nuevo. El que hemos concluido ha transcurrido por caminos totalmente distintos a los que imaginábamos cuando lo iniciamos. Hemos vivido situaciones y experiencias totalmente nuevas para nosotros. La pandemia provocada por el COVID-19 ha trastocado muchos de nuestros proyectos en todos los ámbitos (personal, económico, social, cultural, pastoral…) Esto nos ha llevado a iniciar el 2021 con sentimientos totalmente distintos a los que teníamos hace un año. Seguramente la sensación que predomina en el ambiente es la incerteza. Nuestras fortalezas no eran tan sólidas como pensábamos y hoy no alcanzamos a ver cómo será el futuro inmediato ni cuándo recuperaremos la normalidad.

La situación que atravesamos nos debe llevar a pensar que no somos los dueños de la historia. Podemos y debemos hacer planes para el futuro, elaborar proyectos, programar el trabajo y las actividades, pero con la conciencia de que no somos los señores de la historia. Esta experiencia colectiva nos está ayudando a descubrir algo que, aunque teóricamente lo sabemos, en la vida de cada día nos resistimos a admitir: nuestra fragilidad y pequeñez. Si esto nos lleva a crecer en humildad, en solidaridad y en cercanía entre nosotros habremos progresado en humanidad.

El modo de relacionarnos también se ha visto afectado. Hoy todos somos conscientes de que hemos de ser cuidadosos para combatir la extensión de la pandemia. Los contactos y encuentros entre amigos y familiares se han reducido drásticamente y tomamos unas precauciones que hasta hace unos meses eran impensables. Sin duda alguna, quienes más están sufriendo esta situación son los ancianos que viven solos o en residencias. A la incerteza que supone el peligro de contagio se une el peso de la soledad. Hagamos lo posible para que les llegue nuestra cercanía y afecto.

La vida eclesial y pastoral también se ha visto afectada. Desde el mes de marzo la mayoría de las actividades programadas en las parroquias y en la diócesis no se han podido realizar con normalidad. Hacemos lo que podemos de acuerdo con las orientaciones de las autoridades sanitarias. Las celebraciones de los sacramentos, la catequesis, las reuniones de los distintos grupos, la participación en la Eucaristía dominical… se han tenido que ir adaptando a la evolución de la situación sanitaria. Este puede ser un buen momento para descubrir la fortaleza de nuestra fe y de nuestro compromiso eclesial. Una fe sólida no depende de las circunstancias externas, sino que nace de una certeza interior que tiene quien está arraigado en Cristo. Esta puede ser una buena ocasión para que cada uno analicemos si nuestra fe es como una casa edificada sobre arena, que se derrumba en el momento de la tempestad, o, por el contrario, es un edificio apoyado en la roca firme que es Cristo, que permanece en pie a pesar de la lluvia, el viento o las tormentas que frecuentemente la sacuden.

En todo caso, la experiencia que estamos atravesando y lo que hemos vivido, nos debe recordar en este inicio de año que estamos en las manos de Dios y que no podemos perder la esperanza.