Fecha: 24 de octubre de 2021

Estimados y estimadas, la primera Carta de San Juan comienza con estas palabras: «Os anunciamos lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos… que hemos tocado con nuestras manos. Os hablamos de la Palabra de la vida, ya que la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio… A vosotros, pues, os anunciamos lo que hemos visto y oído, para que vosotros estéis en comunión con nosotros, que tenemos comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Y escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Juan 1,1-4). Se trata de un pasaje magnífico, donde el apóstol no puede dejar de comunicar su propia experiencia de fe, que vive con convencimiento y con una inmensa alegría.

En los datos bíblicos que tenemos sobre las primeras comunidades cristianas —Hechos de los Apóstoles, Cartas de San Pablo, Cartas apostólicas…— este espíritu misionero está siempre presente. El Evangelio no se habría extendido por Samaria y Antioquia, por Grecia y Roma, y no habría llegado a Tarraco, si un impulso misionero no hubiera llevado a los primeros cristianos a salir de casa para anunciar la propia experiencia de fe en Jesucristo Salvador.

Por este motivo, la campaña del Domund de este año lleva este lema: «Explica lo que has visto y oído». Anunciar, comunicar, explicar lo que Cristo ha hecho en cada uno de los discípulos forma parte del estilo genuino de la escuela de Jesús. De ahí que hoy nos podríamos hacer estas preguntas: ¿Tengo espíritu misionero en mis ambientes? ¿Es misionera mi comunidad? ¿Se nota espíritu misionero en la parroquia a la que pertenezco? El Concilio Vaticano II nos dice que «la comunidad local no debe preocuparse sólo de los propios fieles; aún más, animada de celo misionero, debe preparar para todos los hombres el camino que lleva a Cristo» (Decreto sobre los presbíteros, n. 6)

No debemos confundir el espíritu misionero con el proselitismo. Este apunta sólo a hacer adeptos del propio grupo. El espíritu misionero, en cambio, difunde el Evangelio como la luz que, al tocar las cosas, las ilumina y hace que se conviertan en luz. El espíritu misionero valora y, por tanto, respeta a la persona y su libertad, porque sabe que son criatura y don de Dios. En cambio, el proselitismo no suele tener este respeto y fácilmente manipula una y otra.

El acicate para que Jesucristo sea conocido en los países jóvenes y para las generaciones jóvenes es un síntoma de vitalidad. La despreocupación sería señal de decrepitud, como el cierre lo es de miedo. Y ni la decrepitud ni el miedo no harán nunca nada, porque no tienen vida ni creatividad.

«Cuenta lo que has visto y oído». ¡Haz como el apóstol de la primera carta de San Juan! ¡Y hazlo con alegría! Ahora que hemos empezado la fase diocesana del Sínodo, entre las muchas preguntas que nos haremos los diversos grupos, parroquias y comunidades, deberíamos hacernos también esta pregunta capital: «¿Es misionera mi comunidad?» La respuesta nos dirá el grado de vitalidad que tiene.

Vuestro,