Fecha: 28 de maig de 2023

Estimadas y estimados. Acabamos la cincuentena pascual, unos días de alegría, donde hemos tenido tiempo de contemplar las hazañas de Dios en la primera comunidad cristiana y en toda la humanidad. Y como culminación de la gran fiesta de Pascua, celebramos el regalo de Jesús resucitado que nos ofrece su Espíritu, a fin de que sigamos experimentando el consuelo de su presencia vivificante. La expresión del Espíritu Santo entre nosotros tendrá múltiples formas y acciones; justamente su característica es dar aliento allí donde quiere. Pero lo que está claro es que no dejará que le confundamos con señales prodigiosas y acciones milagrosas, que tanto entusiasman al ser humano, señales y prodigios que utilizan los falsos profetas para engañar a los elegidos, como nos advierten los evangelios (ver Mc 13 ,22).

Más bien, en lo sucesivo, en lo que llamamos tiempo de «durante el año», experimentaremos la presencia del Espíritu desde la simplicidad de nuestra vida cotidiana, desde la realidad sencilla de los acontecimientos más usuales, desde una humanidad normal, llamada, eso sí, a crecer hasta llegar a la talla de Cristo. Y es que el Espíritu, tal y como nos indica el iluminador pasaje del profeta Elías, se expresa habitualmente desde un tranquilo y pausado rumor (1Re 19,8-13). En este relato, Dios quiere comunicarse al profeta y, a fin de consolarle y animarle en su misión, le promete que pasará por su lado. La sabiduría y el discernimiento de Elías le hacen entender que el Señor no se encuentra en el viento huracanado ni en el terremoto ni en el fuego, signos recurrentes para expresar la grandeza divina. El hombre de Dios, en cambio, lo reconoce en el murmullo de una brisa suave, pequeño e insignificante, aparentemente contrario a nuestro imaginario de la omnipotencia divina.

Quizás también a nosotros nos gustaría más que la acción del Espíritu se revistiera de grandes acciones que maravillaran a todos y nos llevaran a demostrar el valor de nuestra fe. Y, sin embargo, los verdaderos milagros que el Espíritu hace en nosotros están en plena consonancia con la actitud humilde y de servicio que Jesús expresa a lo largo de su vida. La potencia que nos comunica apunta al cambio radical que debe generarse en nuestros corazones, en nuestras conciencias, aprendiendo que el amor divino escoge siempre el camino escondido y honesto, constante y desapercibido.

Por eso hay que estar muy atentos, buscando para descubrir el murmullo de su voz, tan suave que es fácil pasarla por alto, tan sencillo que no es difícil menospreciar. Sin embargo, nada sentiremos si no nos quitamos los tapones de los oídos, aprendiendo a ser muy pobres y a desnudarnos de todo egoísmo interesado. A estos gestos de honradez, Él responderá llenando de contenido todo lo que somos y ofrecemos. Entonces, gozosamente expectantes y siempre listos para descubrir la aventura del amor, sentiremos en nuestro interior una luz, y podremos reconocer la voz calmada de Dios. Seguramente será a través de la persona que nos parece más insignificante o a través de una circunstancia que nos molesta incluso. Y es que el gran milagro del Espíritu consiste en comunicarnos el misterio de Dios, amor extremo que nos mueve a lavarnos los pies unos a otros.

Ven, Espíritu Santo, e inúndanos de ese amor, ¡gracia divina!

Vuestro,