Fecha: 3 de marzo de 2024
Hay un texto del Papa Francisco que merece la pena que conozcamos en nuestro itinerario de conversión cuaresmal hacia la Pascua. El texto mencionado dice: “El modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno. Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc 12,32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). ¡No nos dejemos robar la comunidad!” (Evangelii gaudium, 91 y 92.).
A la luz de este texto os propongo (y me propongo a mí mismo) que, en estos días de Cuaresma, en el momento que encontremos más oportuno, busquemos un rato de silencio y de oración, y hagamos un examen de conciencia de la fraternidad en el día transcurrido. Nos pueden ayudar estas pautas:
- Repasa en silencio todo el día, piensa en todo aquello que has hecho, en cada momento, sobre todo haz memoria agradecida de todas las personas con las que te has encontrado… Da gracias por tantos hermanos, párate un momento a examinar su mirada y la tuya, en cómo os habéis tratado… Da gracias no sólo por aquellos encuentros que te han llenado de gozo: párate a reflexionar sobre los que te han provocado dolor, tristeza… y busca motivos para aprender y quizás dar gracias.
- Pide al Señor la gracia de poder ver con su mirada dónde has fallado, dónde te has equivocado… ¿de qué tienes que pedir perdón?
- Vuelve al día que has vivido e intenta descubrir en qué momentos has mirado al otro con una mirada de juicio, de condena, de crítica, de murmuración…
- Pide perdón al Señor, ruega por la/las persona/s que has juzgado, y haz un propósito de enmienda.
- Pide ayuda al Señor para poder poner en práctica este propósito de enmienda.
- Acaba con la oración del Padre Nuestro o el Avemaría.
Merece la pena realizar habitualmente este ejercicio porque tiene un valor educativo enorme para crecer en fraternidad. Y al acabar podemos dirigirnos a la Virgen María pidiéndole que con su protección maternal nos ayude “a resplandecer en el testimonio de la comunión” (EG 288).