Fecha: 12 de diciembre de 2021

Cuando nos fijamos en la expectación profunda que hay en el Adviento, damos por supuesto, que éste es una llamada a moverse, a cambiar mirando hacia el futuro esperado.

Hablábamos de que el primer paso de este movimiento es darse cuenta del mal real y, por tanto, de la necesidad de salvación. Para ello hay que escuchar la voz profética. Esa voz es la del profeta que resuena en Adviento, Juan Bautista. Su mensaje es como un bisturí en manos del cirujano, a veces tan necesario como temido. Pone al descubierto el mal, denuncia, corta, “como un hacha dispuesta a cortar lo que está enfermo o muerto”. Hay que escucharle y obedecerle con buen temple.

Dios, en su sabia pedagogía, previó otra voz, que también resuena en Adviento: la voz cantarina de María. Para nosotros es aún más potente que la del Bautista. Porque el movimiento, el cambio, que espera Dios de nosotros no solo se logra mediante la denuncia, sino también, sobre todo, mediante la seducción del bien y la alegría de la alabanza.

María también es auténtica profeta. Porque en realidad, la profecía no es solo denuncia, sino también anuncio gozoso. Así, la visión del bien prometido, además de la alegría que nos produce, nos lleva a movernos y caminar.

María, como buena judía, descubrió el bien seductor de Dios en el pasado del pueblo de Israel, en su propia vida pasada y su presente (en su embarazo). Al asumirlo por la fe, previó el futuro llena de esperanza. En este sentido resulta muy interesante meditar el uso de los tiempos verbales en el Magníficat de María:

–          Hoy proclama mi alma la grandeza de Dios… se alegra mi espíritu. Hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios, enaltece a los humildes

–          En mi vida me ha colmado de bienes… Ha mirado la humildad de su sierva… Se acordó de su Alianza a favor de Abraham…

–          Me felicitarán todas las generaciones…

Una buena meditación del Magníficat puede ser una excelente base para orar y vivir el Adviento. Sobre todo para experimentar la alegría de la esperanza cristiana. “Porque me has amado y me amas, espero confiada que mañana me seguirás amando”.

Es más, “espero que me seguirás amando, como me has amado, con el mismo amor, con tus formas y a tu estilo”. Y esta es el alma de la esperanza de Adviento. Porque no basta con decir que en el Adviento recuperamos la esperanza. Hay muchas clases de esperanza… Están las que aseguran un futuro lleno de éxitos, fruto de nuestras buenas capacidades y buenas gestiones… La esperanza que es propia del Adviento, la esperanza que canta María en el Magníficat, no es sino la confianza en la continuidad del amor fiel de Dios. El futuro que le esperaba a María no podría calificarse de “exitoso”, según lo que entendemos por tal (como por ejemplo el que desea generalmente una madre para su hijo).

Si entráramos en el corazón de María, descubriríamos que ella representa la auténtica expectación. Seguramente, ella no podría prever en detalle cuál sería su futuro. El de su Hijo permanecía bajo la sospecha de conflictos y sufrimientos. Así mismo el suyo propio, según la profecía del anciano Simeón. En esto consiste la verdadera expectación: esperar abandonándose a las manos de Dios, pase lo que pase, con la firme convicción de que la historia está en sus manos.