Fecha: 1 de octubre de 2023

No tenemos la pretensión de conocer la intimidad de nadie, ni hacer fáciles generalizaciones. Pero en estas líneas queremos acercarnos lo más posible a la realidad de las vivencias de cada uno, a fin de ayudar a su iluminación desde la fe en Jesucristo. A veces esta realidad es bien visible y evidente. Pero en general responde a vivencias íntimas raramente comunicadas y cuyo acceso solo es posible por la comunicación confiada o por intuición.

Nos atrevemos a afirmar que en el interior de una gran mayoría de gente los desastres naturales que se han producido en los últimos cinco años han despertado preguntas inquietantes. El más llamativo de estos acontecimientos, por su intensidad y extensión, fue la pandemia del Covit, que pilló a toda la humanidad desprevenida, provocando una auténtica hecatombe. Incluimos entre estas crisis naturales la erupción del Volcán de la Palma; más recientemente los terremotos de Turquía y Siria, así como el actual de Marruecos, con sus miles de víctimas; y en el conjunto de fenómenos meteorológicos, la sequía global, acompañada de enormes incendios forestales y de ciclones, danas, huracanes, con inundaciones, provocando enormes pérdidas humanas y materiales, como en Libia.

En detalle, la lista sería muy larga y vista en su conjunto impresiona y preocupa.

Quien observa con ojos fríos de científico dirá que todo tiene su explicación física: las enfermedades, los fenómenos meteorológicos y geológicos son efecto de la confluencia de causas físicas y fisiológicas conocidas o susceptibles de ser descubiertas. Pero el problema se plantea cuando se introduce el factor humano: no somos solo física o fisiología. Necesitamos responder a cuestiones como, ¿de qué modo hemos de vivir estas crisis?, ¿qué sentido tiene todo esto?, ¿cómo gestionar tanto desastre?, ¿de quién es la culpa?, ¿en qué nos hemos equivocado?, ¿cómo hemos de afrontar el futuro?…

Pensamos en una mayoría de gente pasiva, que no quiere entrar en cavilaciones, sino que vive al día, confiando en que todo se solucionará gracias a los recursos científicos y técnicos, en manos de sabios políticos o gestores. No nos parece la reacción más correcta: significa una renuncia a lo más humano que hay en nosotros, como es pensar, buscar, responder, actuar libremente… Habría una minoría de personas que haría una lectura de estas crisis desde la propia ideología, sea en el ámbito político (la organización y el juego del poder), sea en la línea de criterios ideológicos – políticos, como el ecologismo (visión realista de la situación de la naturaleza, efecto del maltrato sufrido por ella de manos de nuestra civilización abusadora y explotadora). De aquí vendrán visones casi apocalípticas, denuncias concretas y genéricas y anuncios de futuros, a veces, utópicos. Una reacción sin duda más humana y responsable. Pero que no acaba de convencer, ya que no puede evitar contradicciones y deja sin responder grandes interrogantes que despiertan estos fenómenos llamados “naturales”.

Quizá hemos de renunciar a entender y dominar todo en la vida y reconocer que somos limitados. Pero los seres humanos no soportamos esa renuncia y, quizá por eso, en otro orden de cosas, hallamos también reacciones, que podríamos calificar de pseudocientíficas y pseudorreligiosas. En momentos de crisis profundas se multiplican los profetas más extraños y las supersticiones más absurdas, en busca de clientes débiles y crédulos.

Al menos hemos de reconocer que estas crisis han despertado, junto a conductas egoístas y cerradas, una gran ola de generosidad y de humanidad sensible al dolor humano. Quisiéramos que, si no alcanzamos a entender todo, al menos, hallar el sentido, tanto el sufrimiento humano, como esta reacción humanitaria y humanista.