Fecha: 8 de octubre de 2023

Como decimos, recientemente hemos vivido grandes sacudidas causadas por fenómenos naturales, que despiertan profundas preguntas en el interior de las personas más sensibles y despiertas. Preguntas profundas que no podemos obviar, si es que nos importa no solo afrontar en la práctica estas crisis, sino también vivir lúcidamente. Queremos vivir estos momentos (y la existencia en general) con sentido, sin engaños, en plenitud, acertando en la valoración de proyectos, personas y proyectos, sabiendo responder a quienes nos ofrezcan soluciones o respuestas falsas.

Calificamos estas experiencias como “experiencias límite”, porque son vivencias que uno halla generalmente de una manera sorpresiva, poniendo ante nuestros ojos y nuestra consciencia las fronteras de nuestras capacidades humanas. Algo así como ocurre a algunos pájaros que van volando tan tranquilos hacia el interior de una habitación y de repente se estrellan contra el cristal de la ventana que no habían visto. O como el insecto atrapado en una caja, que tropieza repetidamente con las paredes, queriendo escapar. O como la experiencia tan humana del que va viviendo confiado en su salud y de repente le descubren una enfermedad crónica e incurable…

Estas experiencias hacen sufrir. Pero eso no quiere decir que sean necesariamente negativas. Todo lo contrario: son lecciones de realismo, de conocimiento del hombre y de uno mismo en concreto.

Por de pronto son un justo correctivo a ese eslogan que suena muy bien, repetido tantas veces para dar ánimo y confianza, especialmente a la gente joven: “Alcanzarás lo que te propongas”, “no pongas límite a tus sueños”, “eres dueño de tu vida”. Son palabras que, además de ser falsas, pueden producir el efecto contrario a lo que pretenden: cuando sobreviene el fracaso, la experiencia del límite, es muy probable que encuentre a la persona desarmada para encajar la realidad y pueden provocar reacciones negativas, como graves complejos de culpabilidad o desánimos destructivos. Estos “esloganes” se corresponden con la confianza ciega en los recursos humanos para hacer progresar a la humanidad, que existe en la cultura actual.

Pero la mejor educación y formación para el futuro es no engañarnos, sino partir de la realidad, siempre ambigua, que hay que saber asumir. Una cosa es creer que todo tiene solución y otra cosa vivir con esperanza.

Por otra parte, como ya hemos señalado, las experiencias del límite provocadas por fenómenos naturales son ocasión para que algunos hayan sacado de su interior lo mejor de ellos mismos y ayudan a las víctimas para buscar juntos soluciones. En este sentido se pueden considerar “providenciales”, pues son ocasión de auténtico progreso humano.

Saber vivir experiencias de límite es uno de los rasgos más claros de madurez. Al mismo tiempo es uno de los signos de autenticidad de vida cristiana. Los damnificados en los desastres naturales son los más probados en este sentido. Hemos sentido una santa envidia cuando encontramos personas “instaladas” en el límite, sometidas a una incapacidad crónica, víctimas de un sufrimiento permanente y que no han perdido la alegría, siguen sonriendo y amando.

Tienen un secreto, que todos deberíamos descubrir.