Fecha: 15 de octubre de 2023

En efecto, las personas que, aun sufriendo grandes pérdidas y carencias sin culpa propia, mantienen la paz interior, siguen viviendo y son capaces de amar, tienen dentro de sí un misterio que todos deberíamos descubrir.

El misterio que nos mantiene en la paz y en el amor aun envueltos en el sufrimiento, no se puede presentar a modo de una receta psicológica o médica. Pero sí podemos aproximarnos a él.

– No esperemos la paz solo del hecho de que los problemas hayan encontrado solución, sino de saber vivir con sentido el sufrimiento que los problemas y los límites de la vida nos provocan. Vivir el sentido del sufrimiento evita caer en los dos abismos: el de la rebelión indignada contra todo y el de la resignación pasiva. Bien entendido que el sentido de las cosas ha de ser vivido por cada uno, pero no lo crea uno mismo, sino que se ha descubrir y asumir.

– Este sentido del sufrimiento fue expresado por Unamuno con estas palabras: “Jesucristo no vino a quitar el sufrimiento del mundo, sino a llenarlo con su presencia”. Y Jesucristo advirtió que el sufrimiento, ante todo el sufrimiento causado por fenómenos naturales (como un terremoto), no estaba simplemente vinculado al pecado personal (“no es simplemente un castigo”: Lc 13,2-3). En cambio su palabra, lo que entendemos por “la Buena Noticia salvadora”, se dirigió prioritariamente a los que sufren por el motivo que sea. Así lo expresó en la Sinagoga de Nazaret, identificándose con el Mesías profetizado en Isaías (Lc 4,14-21; Is 61,1-2). Y así entendemos la profundidad de la segunda bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,4)

– Pero la Buena Noticia sobre el sufrimiento humano no fue solo buenas palabras. No se limitó a decir: esto es lo que tenéis que pensar y hacer. Jesús anunciaba lo que Él vivió. Él mismo “se penetró” del sufrimiento humano, lo vivió desde dentro y eso mismo es la Buena Noticia: gracias a este hecho, podemos vivir con sentido los límites y contradicciones de la vida.

– No se tratará solo de imitar a Jesús desde fuera, como se imita a un maestro o un líder, sino de vivir “en Él”. En Él seremos activos, tratando de poner medios para vencer obstáculos, en la vida propia y en la ajena, generosamente, sin poner condiciones de éxito a nuestro trabajo. En Él la vivencia del límite, el sufrimiento, originará en nosotros una experiencia muy especial de comunión fraterna con los hermanos que sufren y con el resto de hermanos que participan del mismo espíritu.

– En Él y con Él llegaremos a decir un día al Padre “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46), convirtiendo nuestro sufrimiento en ofrenda sacrificial. Será la extraordinaria ocasión de purificar nuestro amor, es decir, de avanzar en el camino de la gratuidad. Y llegaremos así a vivir el gozo de ser amados y amar.

La experiencia del límite describe una historia que abarca todos los siglos. Pero tendrá un final, cuando nos sea dada la Jerusalén celeste, donde no existirá ni el luto, ni el llanto ni el dolor (Ap 21,4). Esta visión hoy nos permite superar todo límite y sostiene nuestra esperanza.