Fecha: 25 de octubre de 2020

La encíclica Fratelli tutti no es un documento ahistórico. El Papa nos recuerda que el ideal de la fraternidad se va construyendo desde unas circunstancias históricas concretas y sirviéndose de los medios humanos que ayudan a transformar nuestro mundo. Sin duda alguna, uno de los instrumentos más importantes para la consecución de la justicia es el compromiso social y político: “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común” (nº 154). No nos debe extrañar, por tanto, la crítica que encontramos a algunas ideologías que sustentan determinados sistemas o justifican ciertas actitudes que dificultan la consecución de un mundo más justo y más fraterno.

La aportación propia del magisterio de la Iglesia para iluminar y orientar el compromiso social y político de los cristianos es su doctrina social. En ella encontramos indicaciones de naturaleza ética, que son fruto de una reflexión de la razón iluminada por la fe y que, por tanto, puede ser compartida por personas no creyentes. Al igual que cualquier reflexión de carácter moral sobre una determinada realidad social, esta doctrina, sin ser un programa político, tiene consecuencias en el ámbito de la vida social que deben concretarse mediante los programas políticos. Pero su concreción no le corresponde al Magisterio, sino a cada laico creyente bajo su propia y exclusiva responsabilidad. La encíclica no es un documento político y, por tanto, no debe ser interpretada como tal, aunque su enseñanza tenga consecuencias políticas.

Dos son las ideologías que, a juicio del Papa, dificultan el camino para la consecución de un mundo más justo. En primer lugar se refiere a los populismos fomentados por determinados grupos que, instrumentalizando políticamente la cultura de un pueblo, buscan otros intereses, como la perpetuación en el poder, y utilizan a los más débiles “demagógicamente para sus fines”. También alude a ciertos liberalismos que están al servicio “de los intereses económicos de los poderosos” (nº 155), para los que la solución a los problemas económicos y sociales se encuentra en una economía regulada únicamente por las leyes del mercado. “El mercado solo (afirma el Papa) no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (nº 168).

Para superar los peligros que encierran el populismo y el liberalismo radical el Papa invita a una revalorización de la política, de una sana política, “que piense con visión amplia”, “capaz de reformar las instituciones” (nº 177), que obre “por grandes principios y pensando en el bien a largo plazo”, que no sea esclava a la inmediatez de los resultados electorales y trabaje por un sistema económico integrado en un proyecto que busque el bien común. Esta es también una forma de vivir el mandato del amor, que no “solo se expresa en relaciones íntimas y cercanas”, sino que alcanza también “las relaciones sociales, económicas y políticas” (nº 181).