Fecha: 23 de mayo de 2021

No nos suena bien la expresión “gloriarnos”, aunque apenas es utilizada por nosotros. En catalán podría sustituirse por “estar molt cofoi de si mateix”. Si se me permite, podemos decir que significa un “subidón” de autoestima. No nos gustan las personas que van de triunfadores por la vida: en ellos vemos vanidad, prepotencia, orgullo.

Sin embargo San Pablo utiliza esta palabra muchas veces. Y no falta hoy quien, a la vista de estadísticas y estudios sociológicos, conociendo además el estado psicológico de los cristianos, nos dicen que estamos muy bajos de autoestima frente a un mundo y una sociedad que vemos poderosa y dominadora. Unos dirán que lo tenemos merecido, porque en el pasado hemos sido prepotentes, o porque hemos cometido errores y pecados y en el fondo queremos aun dominar…

Reconocemos el hecho de que hay un sentimiento muy extendido entre los cristianos de desvalimiento, una especie de complejo y miedo a manifestarse y actuar como tales. ¿Nos falta seguridad en lo que somos? ¿Tiene hoy valor nuestra fe? ¿Somos nosotros mismos culpables, dignos de marginación, silenciamiento o menosprecio?…

San Pablo no tenía en esto ningún problema. Él sabía que el gran error de su vida era haberse gloriado en cosas que no tenían valor; que había cometido el gran error de gloriarse en lo que ahora veía vacío y pérdida… Pero ahora sí, después de haber creído en Cristo, sabía y proclamaba “que se gloriaba en el Señor” (cf. Fil 3,3); y no precisamente en sabidurías, méritos, fortalezas, sino en la cruz y en sus debilidades.

Hoy celebramos que la gloria contemplada en Jesucristo ascendido al cielo es participada ya por nosotros al recibir su mismo Espíritu. Hoy el Espíritu de Jesucristo quiere pasar a nuestro interior y habitar metido en nuestra carne débil. Esta es la mejor medicina contra la baja autoestima.

Porque la autoestima que se adquiere mediante la acumulación de cualidades, méritos y triunfos; la autoestima que “cura psicológicamente nuestras depresiones”, quizá mediante el reconocimiento ajeno, tarde o temprano se desvanece. Y, además, tiene un efecto secundario más grave, que es el autoengaño, el encumbramiento, la dependencia de la propia imagen. Y aun peor, se basa en una idea de una convivencia competitiva, suscita envidias y conflictos…

“Todos necesitamos ser amados (valorados) por otros, y cuando lo percibimos adquirimos seguridad y alegría”. Es verdad, pero eso no es sino la superficie de una verdad más honda.

          El amor que realmente me hace vivir es gratuito, es decir, no se basa en mis cualidades.

          Es un amor del ser más poderoso, que sin embargo se ha hecho despreciable por mí, hasta compartir mi debilidad.

          Es un amor que me hace amable, porque me regala el don de su amor, es decir, de su Espíritu.

Y este don es real en mi, tenga o no cualidades, tenga o no méritos, que despierten la admiración y el afecto de los demás. Este es nuestro valor, la base de nuestra estabilidad, la fuente de nuestra libertad y de nuestra alegría.

En ello nos gloriamos, con la más sincera humildad, pues todo lo hemos recibido y esa misma gloria también la comparto con mi hermano, con quien ni siquiera oso compararme. Así nace y se gloría la Iglesia.