Fecha: 24 de enero de 2021

Nuestro interés en reflexionar sobre “el humanismo cristiano activo” radica en el hecho de que una gran parte de nuestra acción en el mundo se basa en esta idea o corriente de pensamiento. Hay incluso personas no creyentes que dicen inspirarse en él. Un cristiano no puede dejar de ser humanista y actuar como tal. Como hemos dicho, Jesucristo, plenamente hombre, inspira todo lo que es o ha de ser el ser humano. De acuerdo con esto, “humanista”, para nosotros significa estar a favor de la persona humana, afirmar su valor (trascendente), respetar sus derechos, construir la ciudad, la cultura, toda la sociedad, buscando siempre el favor del ser humano, de todo ser humano…

El humanismo cristiano tiene una dimensión profética. Es su dimensión más comprometida. Consiste en impulsar, con medios moralmente aceptables, una especie de lucha contra ideas, pensamientos o acciones, que son contrarias al ser humano y su dignidad.

Hemos aludido al testimonio de Sophi Scholl. Por una casualidad hemos recibido más información sobre ella y los hechos que ocurrieron en torno a su compromiso como cristiana. Me refiero al encarcelamiento y la ejecución de los hermanos Sophi y Hans Scholl, junto a otros represaliados, líderes del movimiento “La Rosa Blanca”, en 1943, en Munich. Eran tiempos de la más cruda represión del régimen nazi. “La Rosa Blanca” era un  movimiento, formado en su mayoría por intelectuales, profesores y jóvenes universitarios, que se enfrentaba al régimen establecido mediante la resistencia y la acción no violenta.

Como se sabe, no era el único foco de resistencia anti nazi dentro de la Iglesia Católica y Protestante. Subrayamos aquí la existencia, las características y el destino de este movimiento, por su vinculación explícita a la fe cristiana, asumida como punto firme de su acción comprometida.

Los líderes del movimiento, además de los dos hermanos mencionados, eran tres estudiantes y un profesor, Kurt Huber, filósofo y psicólogo. Éstos, y otros muchos compañeros y colaboradores, habían formado parte de Movimiento Juvenil Alemán y, posteriormente de las Juventudes Hitlerianas. En principio porque eran obligados. Pero también porque muchos no podían dejar de sentir un irresistible atractivo hacia los cambios y utopías, que les llegaban propuestos por todos los medios de una manera verdaderamente impactante. Un creyente cristiano en especial, ya que podía ver en ello una realización del deseo de un mundo que parecía acercarse al Reino de Dios.

Este atractivo siempre se dio en la Iglesia. Además no nos resulta extraño. Se experimentó intensamente en la generación que vivió nuestro cambio hacia la democracia en España; y hoy se sigue experimentando.

La sucesión de los acontecimientos y la búsqueda honrada de la verdad, personal y en grupo, les abrieron los ojos. Vieron que no solo debían apartarse del nazismo, sino que debían combatirlo, en nombre del humanismo cristiano, es decir, en nombre de la fe en el hombre nuevo que vino a instaurar Jesucristo. Es curioso que cada acción “transgresora contra el régimen” estuviera impregnada por este anhelo, que hemos citado: “‘Señor, necesito rezar, rogar. ¡Sí! Tendríamos que tener siempre presente, cuando nos interrelacionamos, que Dios se hizo Hombre por nosotros”.