Fecha: 14 de febrero de 2021

El testimonio de la Organización Manos Unidas del que hemos hablado obedece a todo un espíritu que se había fraguado en toda Europa los años previos contemporáneos y posteriores de la Segunda Guerra Mundial, como una necesidad de responder a la inmensa deshumanización que habían provocado las dos grandes dictaduras: el nazismo y el comunismo. Los cristianos vieron que en el origen de la deshumanización está el olvido de Dios hecho hombre; que la negación del verdadero Dios, deja al ser humano sumido en una soledad dramática. El Espíritu llamaba a reconstruir Europa y la sociedad en general, según el humanismo cristiano. La gran ayuda vino de la evolución interna del pensamiento (teología) y de la acción (pastoral) que se experimentaba en la Iglesia (décadas del 50 al 70). Sin duda un impulso conducido por el Espíritu, que cristalizó en el Concilio Vaticano II.

Esta nueva sensibilidad, hizo que algunos se “apuntaran” a diversos proyectos que llegaban de distintas instancias ideológicas y políticas del momento. Veían en ellas realizaciones concretas de sus ideales, aunque dejaran a un lado elementos propios de la fe.

Pero el humanismo cristiano, si se mantiene fiel a su identidad, tiene en su centro un reto que no se puede solucionar con simplificaciones. Responder a ese reto es condición para mantener viva su riqueza y su eficacia transformadora.

Conocemos el ideal humano en Cristo por medio del estudio, la meditación y la profundización de su persona y su doctrina. Además cultivamos nuestra adhesión, nuestra fe, a ese ideal mediante el encuentro vivo con Él en la oración i la liturgia.

Pero al mismo tiempo nos sentimos llamados a actuar concretamente en la vida según él. Por eso titulamos estas reflexiones “humanismo cristiano activo”. Es el problema eterno de la relación entre fe y vida moral. Aunque en este caso, reviste una particular dificultad. La vida y la acción que responden a lo que entendemos por humanismo cristiano se desarrollan fundamentalmente en el ámbito público (la educación, la cultura, la política, el trabajo, los negocios, las estructuras sociales, etc.): se trata de trasladar a diferentes espacios de la vida social, nada menos que el ideal humano descubierto y vivido en Cristo.

De ahí las palabras tan significativas de Sophi Scholl, después de contemplar los rostros humanos concretos que veía por la calle: “Señor, necesito rezar, rogar. ¡Sí! Tendríamos que tener siempre presente cuando nos interrelacionamos que Dios se hizo hombre por nosotros”. Una observación que podía preceder a la acción de repartir octavillas revolucionarias contra el régimen nazi en la Universidad de Munich, lo que lesupuso el encarcelamiento y la muerte.

Desgraciadamente, las cosas no están a la altura de este testimonio. Muchas veces quienes dicen inspirarse en la fe o en el humanismo cristiano para su compromiso en el mundo, bien se quedan en discursos de bellas palabras, quizá incluso en vistosas celebraciones, o bien actúan olvidando la fuente de ese humanismo y la experiencia del encuentro vivo con Jesucristo.

Pero así no podremos esperar ninguna transformación real, ni compromisos arriesgados, ni testimonios iluminadores, ni verdaderos avances en la auténtica humanización del mundo.

Nos preguntamos si también en esto no necesitaremos testigos.