Fecha: 1 de enero de 2023

Estimadas y estimados, en las fiestas de Navidad conmemoramos un acontecimiento que nunca deja de sorprendernos: Dios se hace humano, es decir, como nosotros. Hablamos así de la humanidad divina de Jesús, términos que a priori son contradictorios e irreconciliables, pero en los que el cristianismo descubre la expresión más alta del amor de Dios a la humanidad. Los Padres de la Iglesia subrayaron esta idea ampliamente, como lo indica la profunda frase de San Atanasio: «el Verbo se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios, se hizo visible corporalmente para que tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que heredáramos la incorruptibilidad» (La Encarnación del Verbo, 54,3).

Esta hazaña divina significa que Dios ha asumido en carne y hueso toda la esencia humana. Como dice el autor de la Carta a los Hebreos: «Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: «Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer, Dios, tu voluntad».» (Hb 10,5-7).

Jesús, el Dios hecho humano, se ofrece ante todo como ser disponible para el servicio y la donación, listo para hacer la voluntad del Padre. Y es en su cuerpo que Jesús expresa ese deseo de donación, deseo que tiene su raíz en la misma vida de Dios, el Amor por excelencia. Todas sus actitudes, relaciones y conversaciones, van encaradas a regalar a todo el mundo la esencia divina, el poder del Reino. Por eso, una religiosidad basada sólo en ideas y conceptos espirituales, no sería propiamente una espiritualidad cristiana. Porque Cristo lo es todo.

Y el acto de donación por excelencia de Jesús es la Cruz. Lo sabemos. Jesús acepta libremente la muerte como germen de la vida que nace de arriba. Y la vida que nace de arriba supera a la vida humana, porque mira las cosas desde la mirada de Dios. Esta actitud de Jesús es clave para derramar su sangre desde la más absoluta libertad. El niño Jesús, el Hijo de María, convertido en maestro de Nazaret, no se mostrará como un sabio con ideas propias, sino como Hijo que hace caso de lo que el Padre de todos desea para nuestra salvación. Por eso la vía de entrada a su escuela es la vía del servicio, de la donación y de la humildad, hasta el extremo de ofrecerse del todo y a todos.

Sin embargo, esta actitud de donación no nace espontáneamente. Es necesario educar al ser humano, enseñándole lo que Dios tiene pensado para nosotros y practicando las virtudes que esta mentalidad engendra. Disponer el cuerpo, es decir, lo que somos para los demás, no se consigue sólo a base de buenos sentimientos, pensamientos excelsos y grandes espiritualidades. La donación, cuando es honrada, pide decisión y compromiso, concreción y adhesión, día a día, a las enseñanzas de ese Dios, humano como cada uno de nosotros.

Desde aquí, y sólo desde aquí, puede entenderse realmente la vivencia auténtica de la vida cristiana, al estilo de Jesús. Desde aquí y sólo desde aquí, podemos celebrar estas fiestas en su más profundo sentido.

¡Feliz año nuevo!