Fecha. 8 de noviembre de 2020

En la encíclica Fratelli tutti el papa Francisco nos llama a reconstruir este mundo “a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (FT 67), y pone como imagen la parábola del buen samaritano. En ella se descubre que el prójimo no son los otros, sino que soy yo respecto a los otros, en relación a todos los seres humanos sin distinción alguna. Soy yo quien debo convertirme en prójimo de todos, cumpliendo el mandamiento del amor a los demás, sobre todo a los más heridos y vulnerables del camino.

Cuando Jesús responde a la pregunta de aquel maestro de la ley sobre quién era su prójimo, da un vuelco total al planteamiento más común de la época. Ya no se trata de descubrir quién es mi prójimo sino de comportarme como prójimo de los demás. La parábola del buen samaritano ha de ser el criterio de comportamiento del creyente, y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado que se encuentra en el camino, sea quien sea, sin importar de dónde venga. Un amor que se dirige a cualquiera que tenga necesidad de mí y al que yo pueda ayudar, con un compromiso práctico en el tiempo y en el espacio, en el momento presente y en el lugar en que habito. Este es el criterio de comportamiento y la medida que nos propone Jesús: la universalidad del amor que se dirige a todo hermano necesitado, quienquiera que sea.

Hoy celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. La misión de la Iglesia en el momento presente es la de ser  una casa siempre abierta, una familia que privilegia a los caídos al borde del camino, una comunidad llena de dinamismo misionero, tal como nos recuerda incesantemente el Papa. Por eso durante este tiempo de pandemiaredoblamos nuestros esfuerzos para atender a los más necesitados, a las personas mayores, a los enfermos. Es una tarea de todos, sacerdotes, religiosos y laicos, a través de Cáritas y las demás instituciones y grupos de atención a los necesitados.

Del mismo modo seguimos adelante en el ministerio de la palabra, en la misión de enseñar. Es una tarea muy importante en la actualidad, porque tiene lugar una gran confusión en los conceptos sobre el ser humano, la vida, el mundo, el bien y el mal, el más allá, etc. No lo hacemos transmitiendo ideas propias o las propias aficiones, sino proponiendo la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su vida. Anunciamos el Evangelio conscientes de que nos toca confrontar nuestra fe y nuestra vida con la mentalidad que domina en la sociedad, con la cual no podemos ser identificados ni homologados, porque estamos en el mundo, pero sin ser del mundo (cf. Jn 15, 19).

Además como Iglesia diocesana celebramos los misterios de la fe, especialmente en la liturgia, que es la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia, e impulsa a los fieles a vivir la fraternidad en Cristo. Nuestra espiritualidad se alimenta de la Palabra de Dios y de los sacramentos.La celebración de la liturgia de la Iglesia va modelando a lo largo de cada curso y de toda la vida la mente y el corazón de los creyentes con la huella de la Santísima Trinidad. La liturgia tiene una fuerza santificadora y educativa única ya que actualiza, hace presente el misterio pascual del Señor con toda su fuerza transformadora.

Un año más celebramos este Día de la Iglesia Diocesana. Desde nuestra pequeñez aportamos nuestro grano de arena en la construcción de un mundo nuevo, a través de la labor caritativa y social, educativa, y litúrgica, tan necesarias en nuestra sociedad. Para ello necesitamos la colaboración de todos. Seamos, pues, generosos.