Fecha: 19 de març de 2023

Estimadas y estimados. En este mundo occidental hemos llegado a creer que se puede vivir sin Dios o, al menos, de espaldas a Dios. De una laicidad positiva o de un Estado aconfesional ―de acuerdo con la Constitución―, se ha intentado pasar al laicismo y a una sociedad sin Dios. Dos proyectos muy distintos. Obedeciendo a este último empeño, nos llenamos la boca de alabanzas al hombre y a la naturaleza, para no tener que inclinarnos ante Dios. Cuando el camino es inclinarse ante el ser humano y reconocer que es el amado de Dios.

Esa misma forma de ver las cosas hace que se nos quiera inculcar que la fuerza se encuentra meramente en la solidaridad. Es por eso que se nos pide ir estrechando el círculo y apretar las manos, pero, al fin, perdidos el norte y el centro de gravedad, ahora vamos a la deriva. Esta deriva radica en el intento de esconder a Dios, en intentar hacernos beber agua olvidándonos de las nieves de la montaña de donde brota esa agua que nos sacia.

Este domingo celebramos, coincidiendo con la fiesta de San José, el «día del Seminario». Y cuando hablamos de Seminario, no podemos dejar de hablar, por supuesto, de vocaciones. Más allá de toda vocación común dentro de la Iglesia ―que, como sabemos, proviene del Bautismo― nuestros seminarios acogen la formación, preparación y discernimiento de aquellos que, de entre nosotros, se sienten llamados por el mismo Señor a «levantarlo y ponerse en camino», como indica el lema de este año. Son vocaciones variadas, con personas de procedencias diversas, incluso de entornos eclesiales diferentes a los nuestros, pero el cobijo y el camino común del Seminario nos las hará sentir bien nuestras. Hasta hace un tiempo, cuando utilizábamos el término «vocaciones nativas» pensábamos de inmediato en los países del tercer mundo, que debían tener sus vocaciones propias. Pero ahora hemos tenido que empezar a hablar de «vocaciones nativas» pensando en nuestras propias diócesis y comunidades.

A pesar de la noche de nuestro mundo, intuyo que nace una raza que va en busca de Dios, una leva de jóvenes que nos dicen a los que somos mayores: «Dejadnos ver a Dios. Si vosotros simplemente ponéis la vida en sus manos, es decir, en el poseer, nosotros la queremos poner en el corazón, es decir, en el ser».

¿No vale la pena emplear la vida para desvelar ese amodorramiento?

Jesús te llama, ¿lo sabes? Jesús es el gran despertar que desvela nuestros ojos del sueño para hacernos ver la realidad, y la realidad es Dios. Y, no nos engañemos, esta realidad en la que creemos, está muy lejos de aquél dar la espalda a Dios que mencionaba al principio.

San José fue el hombre de los sueños a través de los cuales Dios se le revelaba. Y yo, hoy, sueño con que nuestra Iglesia de Tarragona sea cuna de vocaciones que escuchen la voz de Dios. Y que, como san José, a pesar de las noches oscuras, sepan atisbar con sinceridad por dónde debe seguir su vida, cultivando el silencio necesario y tomando las decisiones justas ante la Palabra que el Señor nos dirige interiormente.

 

Vuestro,