Fecha: 25 de abril de 2021

El cuarto domingo de Pascua, en el que escuchamos las palabras del Señor presentándose como el Buen Pastor, celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Todos los cristianos compartimos una misma vocación, ya que por el bautismo estamos llamados a la santidad. Cada bautizado debe plantearse en presencia de Dios cuál es el camino por el que es llamado a alcanzar esta meta. En ese proceso de discernimiento, los momentos en los que cada joven decide la orientación fundamental que quiere dar a su vida, tienen una gran importancia.

Un joven cristiano, que fundamenta su vida cristiana en la gracia que recibió en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación y que se renueva cada vez que se acerca a la Penitencia y la Eucaristía, debe plantearse su vocación, no solo como la realización de un deseo o de un objetivo, sino como el camino para realizar el proyecto que Dios ha pensado para él. El papa Francisco, en su mensaje para esta jornada, contemplando la figura de san José, que este año quiere resaltar, nos recuerda las tres actitudes que caracterizan la vivencia cristiana de cualquier vocación, incluida la del matrimonio.

El objetivo más importante de un cristiano no puede ser la realización de sus deseos. El egoísmo empequeñece a las personas. San José se dejó llevar por los sueños a través de los cuales Dios le iba revelando una misión que implicaba la entrega de su vida, desestabilizando los proyectos que se había creado y conduciéndolo por un camino de sacrificio y de renuncia, pero le enriqueció con dones mayores: fue padre del Mesías, tuvo el honor de salvar la vida de Jesús y de darle un hogar. Un joven debe tener “sueños”, es decir, ideales nobles que le lleven a descubrir que la vida solo se posee verdaderamente si se entrega plenamente.

La respuesta a la llamada de Dios no puede quedarse únicamente en el sacrificio. Nace del don de uno mismo, que es la maduración y el sentido de toda renuncia y, por ello, lleva al servicio generoso y desinteresado. Cuando el amor se libera de todo afán posesivo y se pone al servicio de los demás, es más fecundo. Esto es aplicable a toda vocación: matrimonial, toda forma de consagración y sacerdotal. Una forma de entender la vocación que se quede únicamente en la lógica del sacrificio lleva a que acabe manifestando infelicidad y frustración en lugar de ser signo de belleza y de alegría.

La autenticidad de la respuesta a la llamada de Dios se manifiesta en la fidelidad. La verdad de la vida no se descubre en los momentos extraordinarios, sino en la continua y permanente adhesión a las grandes opciones que se han tomado en un momento dado, y en la aceptación de las consecuencias que se derivan de ellas. La fidelidad no se deja llevar por la precipitación sino que cultiva la paciencia; se alimenta en la Palabra de Dios y exige una gran humildad.

Pidamos al Señor en este domingo que los jóvenes cristianos estén abiertos a la voluntad de Dios y se dejen guiar por el sueño de ser servidores de todos, y que no tengan miedo a entregarse totalmente al Señor.