Fecha: 27 de septiembre de 2020
Este domingo celebramos la jornada mundial del migrante y del refugiado. Este año el papa Francisco nos invita a centrar la mirada en los desplazados internos, es decir, en aquellas personas que por distintas causas se ven forzadas a abandonar su hogar y cambiar de lugar dentro de las fronteras del mismo estado, y no logran salir de su situación de precariedad, abandono o marginación. Es un drama a menudo invisible para quienes mantenemos un nivel económico propio de países desarrollados. En estas personas los cristianos estamos llamados a reconocer el rostro de Cristo.
En su mensaje para esta jornada el Papa nos indica, utilizando seis parejas de verbos, cómo revisar nuestra actitud hacia quienes viven en esta situación dramática y acercarnos a ellos con el mismo amor de Cristo. El principio que unifica estas actitudes es que “no son números, sino personas”. Cuando hablamos de migrantes y desplazados nos limitamos con demasiada frecuencia a números, y esto nos impide superar los prejuicios y acercarnos a ellos a nivel personal. Incluso muchas veces podemos ayudarles con una intención buena pero sin llegar a una auténtica relación de persona a persona.
Para un cristiano los migrantes y desplazados son hermanos. Si queremos ayudarles lo primero es conocerlos para poder llegar a comprenderlos. Conocer a una persona es algo más que saber cosas acerca de ella: es entrar en su interior. Este conocimiento nos lleva a superar miedos y prejuicios, hacernos prójimos y, de este modo, servirlos. Si queremos acercarnos a alguien hemos de aprender a escuchar. Gracias a esta escucha, dice el Papa, “tenemos la oportunidad de reconciliarnos con el prójimo, con tantos descartados, con nosotros mismos y con Dios, que nunca se cansa de ofrecernos su misericordia”.
Estas actitudes, que posibilitan y favorecen el encuentro interpersonal, nos llevan a un auténtico compromiso cristiano con los más necesitados, que les ayuda a crecer como personas y recuperar su dignidad. Compromiso que nos lleva a compartir, porque sabemos que “Dios no quiso que los recursos de nuestro planeta beneficiaran únicamente a unos pocos”. Cuando compartimos también crecemos nosotros mismos como personas: “Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar fuera a nadie”.
Por otro lado, tampoco ellos pueden ser únicamente sujetos pasivos. Se necesita, afirma el Papa, “involucrar para promover”. Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia, tenemos que hacerlas protagonistas de su propio rescate. La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los cristianos. Sin espíritu de colaboración nuestro testimonio es ineficaz. Es indispensable “colaborar para construir”. Os invito a que meditemos estas palabras del Papa, que son un programa que nos puede orientar para comprometernos en favor de los más necesitados.