Fecha: 16 de mayo de 2021

Estimados y estimadas. La devoción a la Virgen la entiendo como una devoción, al mismo tiempo, inteligente y tierna, fundamentada ―como es natural― en la fe en Jesucristo. El Concilio Vaticano II, al hablar del culto a la Virgen, «exhorta a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos […] Y exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios» (Constitución sobre la Iglesia, 67).

La devoción a la Virgen debe ser inteligente. Sin caer en la aridez de los conceptos, debe estar apoyada en la Sagrada Escritura y en la genuina tradición de la Iglesia. Y, tanto una como la otra, han fundamentado la veneración a María en el hecho real de ser Madre de Jesús y, en consecuencia, si bien en un sentido diferente, Madre de la Iglesia. No creo que nos podamos sentir más hijos de María de lo que se sintió san Juan Evangelista, el cual en su Evangelio nos la presenta vinculada estrechamente a la persona de Jesús, único mediador de nuestra salvación.

La devoción a María debe tener un toque de ternura, sin caer en el sentimentalismo y menos aún en una veneración mítica de sus imágenes. La Iglesia, cuando bendice una imagen de María para la veneración de los fieles, hace la siguiente oración: «Que la imagen que miramos con los ojos» nos «quede grabada» en el «corazón», para tener «una fe inquebrantable, una firme esperanza, un amor diligente y una caridad sincera» (Bendicional, núm. 1122). Debemos dirigirnos a María con afecto y ternura, y que la contemplación de su imagen nos mueva a imitarla. Las relaciones madre-hijo mantienen la afectividad al paso de los años. Es natural, pues, que toda oración dirigida a María tenga un tono de ternura propio de las relaciones de un hijo con su madre.

Volvamos a los pasajes del Vaticano II sobre María. En la continuación de lo que antes hemos mencionado, encontramos escrito: «Recuerden los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes» (67).

En este mes de mayo, fomentemos esta genuina devoción a María. Y, además, este año, invoquémosla especialmente para que termine la pandemia. Esto es lo que nos ha pedido el papa Francisco, rezando el Rosario en familia o en comunidad. El Papa ha implicado de manera especial a todos los santuarios marianos del mundo, y ha escogido treinta como representativos, para que guíen la oración mariana. Precisamente, para el próximo sábado, día 22 de mayo, el Santuario escogido es el de Montserrat, donde se dirigirá esta oración para todo el mundo a las 6 de la tarde. En el comunicado vaticano se recuerda, por otra parte, que «cada Santuario … está invitado a rezar en la forma y el lenguaje en que se expresa la tradición local, para invocar la reanudación de la vida social, del trabajo y de las numerosas actividades humanas que se suspendieron durante la pandemia. Esta convocatoria en común pretende ser una oración continua, distribuida por los meridianos del mundo, que toda la Iglesia eleva incesantemente al Padre por la intercesión de la Virgen». Aunque sea desde casa, participemos en él de corazón y con devoción filial.

Vuestro,