Fecha: 4 de diciembre de 2022
Hoy celebramos el segundo domingo del tiempo de Adviento. El Adviento es un camino, un camino que nos prepara para acoger a Cristo en la celebración de la Navidad. Una de las imágenes y objetos que conviven con nosotros estos días es la «Corona de Adviento», compuesta de cuatro velas o cirios decorados, que se van encendiendo según avanzan los cuatro domingos hasta Navidad. El Adviento llega envuelto de color morado, el color de la espera y preparación.
La virtud propia de este tiempo litúrgico es la esperanza, que queda muy bien expresada en la segunda Carta de san Pedro: «Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.» (2Pe 3,13). La esperanza cristiana sobrepasa las esperanzas humanas de aquí y ahora, puesto que tiene como meta la vida eterna con Dios, pero también es un impulso que puede mejorar el mundo presente. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et spes. Inspirándose en el espíritu de este documento conciliar, el papa Francisco ha anunciado este año que el próximo Jubileo, en 2025, estará centrado en la virtud de la esperanza.
La esperanza cristiana se fundamenta en la certeza de que Cristo ha vencido el pecado y la muerte, y que nosotros, unidos a Él, también los venceremos. Esta esperanza se hace vida gracias al don del Espíritu Santo que recibe la Iglesia. El Espíritu Santo es como el viento que sopla y nos mueve. El Papa dice que somos como una nave empujada por este viento y que la esperanza es como la vela, nos ayuda a salir adelante, recoge el viento y empuja la nave.
San Ignacio de Antioquía, obispo de esta ciudad de Asia Menor, nos dejó un valioso testimonio de esperanza con sus cartas escritas en el camino hacia Roma, donde fue martirizado hacia el año 110. Dirigiéndose a la comunidad de Roma, y temiendo que intervinieran para liberarle de morir por Cristo, san Ignacio de Antioquía les dijo:
«Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es mejor para mí morir en Cristo, que reinar sobre los límites de la tierra. Amo a aquel que murió por nosotros, a aquel que resucitó por nosotros. Partiré inmediatamente. Perdonadme, hermanos. No me impidáis que viva; no deseéis mi muerte. No entreguéis al mundo al que anhela solo ser de Dios. No tratéis de engañarme con cosas terrenales. Permitidme contemplar la luz pura; cuando llegue allí, entonces seré un hombre verdadero» (A los romanos, VI, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, que nos acompañe la esperanza cristiana en todo este tiempo de gracia que vivimos durante estos días de Adviento. Ofrezcamos al mundo la esperanza, un anhelo en medio de las adversidades de este tiempo convulso que vivimos. Unos momentos especialmente complicados para algunos de nuestros hermanos y hermanas nuestros. Sintamos y contemplemos la luz que nos reconforta. Y dejemos que resuenen en nuestro corazón las palabras de san Pablo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Nada ni nadie podrá apartarnos de Él (cf. Rom 8,35-39). Que Santa María, Madre de la Esperanza, interceda por todos nosotros.