Fecha: 2 de enero de 2022

Acabamos de empezar un nuevo año y la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ésta es una fiesta antigua, que se había cambiado de día y que el papa San Pablo VI, después del Concilio Vaticano II, volvió a situar en este primer día del año, para empezarlo bajo su amparo y protección.

María, la Virgen María pronunciando desde el fondo de su corazón el “fiat” “hágase en mí según tu palabra”, dio una respuesta firme y amorosa al Plan de Dios. Gracias a su entrega generosa Dios mismo pudo encarnarse para llevarnos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.

¿Pero, qué puede significar llamar a la Virgen María “Madre de Dios”?

La virgen de Nazaret, la llena de gracia, al asumir en su vientre el Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convirtió en la Madre de Dios, porque Jesús es Dios. Y es por eso que María es modelo para todo cristiano que busca día a día vivir con Jesús, unirse más plenamente a Él. En Santa María, nuestra Madre, encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a identificarnos con Él y poder llegar a decir cómo el Apóstol San Pablo “vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20-21).

Hace unos días se bendijo en Barcelona a la estrella que corona la torre de la Virgen en el templo de la Sagrada Familia. La estrella ha sido desde antiguo un símbolo de María y de su presencia maternal, que vela y brilla en la oscuridad. En todas las familias, la madre vela por sus hijos, los mira, los conoce, los comprende. Y así María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, vela también por todos nosotros y nos ilumina con su claridad.

San Bernardo, en el siglo doce, escribió una oración a María “Estrella” en nuestro camino. Con ella acabo esta glosa deseando un feliz año a todos.

«Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tormentas, si no quieres naufragar y hundirte, no apartes los ojos de la luz de esta Estrella, ¡invoca a María!

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los arrecifes de las tribulaciones, mira a Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las olas de la soberbia, de la difamación, de la ambición, de la emulación, mira a Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la pequeña nave de tu alma, mira a María.

Si, turbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrorizado por la idea y el horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de su boca, no la apartes de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si le rezas, no te perderás si piensas en Ella. Si Ella te extiende la mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara”.