Fecha: 26 de diciembre de 2021

Una de las felicitaciones navideñas que nos ha llegado dice así:

“La venida de Jesús entre nosotros es un don del Padre, para que cada uno se reconcilie con la carne de su propia historia. Incluso cuando no la entienda completamente”

Estas palabras nos hacen pensar. A primera vista, diríamos que no estamos de acuerdo con esta afirmación. ¿Y si la carne de nuestra propia historia no es “reconciliable”? ¿Y si he sido víctima, por ejemplo, de graves injusticias? ¿Y si me he equivocado, y he hecho daño, he ofendido a Dios, me he perjudica a mí mismo…? Quizá incluso en estos casos, la frase podría ser verdadera. Porque Jesús vino al mundo también para asumir, no solo la humanidad que sufre, sino también la humanidad pecadora…

Pero, sin llegar ahí, la felicitación navideña se entiende mejor cuando vemos al lado de esta frase una imagen representando a San José que sostiene a Jesús niño en sus brazos, junto a María que reposa durmiendo en paz. Al lado, la cita de Mt 1,20: “José, no tengas miedo”.

En efecto, el problema crucial de San José era que su historia se había vuelto incomprensible y contradictoria. Y es que la presencia de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, entre nosotros nos priva de nuestras seguridades y desestabiliza nuestros planes. Tiene que venir un ángel que nos diga “no temas”.

Cuando la venida del Verbo de Dios penetra de lleno en una familia, como la de Nazaret, revoluciona nuestros afectos y los proyectos que habíamos ideado desde ellos. La familia sigue siendo, a los ojos de todos, una familia normal. Pero el amor de Dios transforma desde dentro todo amor, otorgándole una dimensión y una capacidad inimaginables.

Hace dos años escribíamos en estas páginas que desde la Encarnación del Verbo todo lo verdaderamente humano en la familia está llamado a ser sagrado. El enamoramiento y la historia de amor de la pareja, el sueldo y los bienes compartidos, la sexualidad que da soporte y acompaña al amor de la pareja, la convivencia cotidiana, continuamente trabajada y rehecha, el trabajo físico y psíquico desarrollado en libertad y con esfuerzo, la alimentación y educación de los hijos…

La presencia del amor de Dios impregnando todo lo humano, permite que nos reconciliemos con nuestra historia, porque, con sus sorpresas y sobresaltos, hasta con sus contradicciones, no deja de ser “sagrada” (como la Historia Sagrada del Pueblo de Israel). Además, no solo da un nuevo sentido a las cosas, sino que provoca comportamientos extraordinarios. Extraordinarios por su generosidad, por su capacidad de servicio humilde, por su profunda alegría, por su clarividencia, por su bondad, por su fortaleza ante las dificultades, etc.

Es urgente que se viva hoy ese “amor extraordinario” en el seno de nuestras familias. En primer lugar, para salvar la familia como tal, pero también para salvar la sociedad y el mundo. Porque la familia es germen de humanidad y la familia sagrada es germen de la humanidad salvada.