Fecha: 7 de noviembre de 2021

Estimados y estimadas. Desde hace muchos años nuestras Iglesias se afanan en conseguir una financiación adecuada y solidaria. No nos hemos dormido, pero conviene, a pesar de las dificultades, ir haciendo camino. Si queremos una Iglesia libre conviene que en su acción pastoral pueda ser libre de ataduras económicas que la condicionen excesivamente. En este sentido, deben ser los mismos cristianos quienes la financien, siendo conscientes de las posibilidades que realmente tenemos, y dejando atrás otros proyectos más ostentosos y de otras épocas. Digo esto en relación a su acción pastoral, porque, en lo que se refiere a otras acciones que pueda llevar a cabo, como pueden ser culturales, sociales o de tiempo libre, tiene los mismos derechos que otras instituciones que promueven objetivos similares. En este punto, conviene tener presente la conservación del patrimonio, que —al fin— se convierte en un patrimonio común de nuestros pueblos y se encuentra íntimamente unido a la cultura y a las tradiciones de nuestro país. Ante una Iglesia románica o gótica, o cualquier otro monumento eclesial declarado de interés local o nacional y que la Iglesia ha ido conservando con fidelidad hasta el día de hoy, ésta tiene derecho a que, en la medida de lo posible, las instituciones civiles se interesen y promuevan la conservación de este legado.

Pero, a pesar de todo, la Iglesia debe ser libre de trabas económicas en su acción pastoral. Recuerdo que en los primeros años de ejercicio del ministerio sacerdotal vino a pasar unos días en Girona Mons. Hélder Câmara (1909-1999), arzobispo de Olinda y Recife, en Brasil. En una de las conferencias que dio entonces, contaba las experiencias de sus primeros años de sacerdote y decía que hubo una época en que parecía que una de las misiones de la Iglesia era mantener el orden social establecido, por eso se ponía del lado del conservadurismo. Esto le ganó el favor de las personas bien situadas social y económicamente, que veían en ella una garantía de conservación de sus intereses. Pero, mientras tanto, una masa numerosa de creyentes se alejaba de la Iglesia y la miraba con recelo, o con aversión, por quedarse demasiado atada a los poderosos.

Sin embargo, con el fin de predicar con credibilidad la Buena Noticia de Jesús, la Iglesia debe ser libre. No puede tener otro vínculo que el Evangelio de Jesús y aquellas voces que en el Evangelio reclaman la presencia de Jesús. La Iglesia es patrimonio de los sencillos, de aquellos a quienes el Padre revela su Reino. Por lo tanto, aunque cueste decirlo, la Iglesia no debe ser mantenida por quienes lo tienen todo seguro, sino por los que se saben peregrinos. La experiencia nos dice que en todos los años que llevamos de la campaña del «Día de la Iglesia Diocesana», no son precisamente los poderosos, sino el pueblo —el Pueblo santo de Dios— el que ha comprendido mejor que la Iglesia debe ser libre. «Somos lo que tú nos ayudas a ser. Contigo somos una gran familia», reza el lema de esta Jornada, recordando que todos —como una familia— estamos en este proyecto común. Dios contempla complacido a aquellos que habiendo descubierto el «tesoro escondido» del Evangelio, ayudan de verdad a aquellos que trabajan para darlo a conocer.

Vuestro,