Fecha: 11 de septiembre de 2022

Estimados y estimadas. Las demarcaciones territoriales más antiguas de Cataluña son las diócesis y las parroquias. Según una sólida tradición, la Provincia Tarraconense fue evangelizada por san Pablo y las «Actas» de martirio del obispo Fructuoso de Tarragona, junto con sus diáconos, se remontan al año 259. Al establecerse la «Marca Hispánica» en tiempo de Carlomagno se reorganizan diócesis y parroquias, emplazadas en el mismo lugar que ocuparon las «Villas romanas». Por eso, el historiador Jaume Vicens Vives, nada sospechoso de «clerical», pudo afirmar que «en Catalunya, no sólo la Iglesia es el mismo pueblo, sino que ha amparado el nacimiento de la comunidad». La fuerza civilizadora de los monjes benedictinos ―con todo el bagaje cultural, litúrgico y agrario que emanaba de cada monasterio― fue el complemento humanístico al «corpus» jurídico y la experiencia pastoral aportada por obispos y párrocos. En este marco, se va consolidando el nuevo país, ayudado por unos ejes vertebradores como el de San Pedro de Roda en el arte, el abad Oliva en el reordenamiento eclesiástico y político, y el beato Ramon Llull en el idioma y el pensamiento. La lengua catalana ―clave de nuestra identidad― fue cohesionando su expresión escrita a través de la liturgia y la predicación; y no es fruto de la casualidad que el texto literario más antiguo que conservamos ―de finales del siglo XII― sea un pequeño libreto de sermones escritos por un párroco de pueblo en la pequeña parroquia de Organyà (Alt Urgell). Se trata de una lengua, hija del latín, que empieza a vislumbrarse entre los siglos IX y XI, donde comienzan a aparecer palabras catalanas e, incluso, frases enteras en los mismos documentos latinos.

Somos los herederos de este legado, reconocido por la propia Constitución. En efecto, la Carta magna de 1978 reconoce las «autonomías de nacionalidades y regiones» (art. 2) y, a continuación, afirma que «la riqueza de las diferentes modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección» (art. 3). Evitemos, por tanto, polarizaciones estériles, y esforcémonos todos por este respeto y protección. En esta línea, el magisterio de los obispos catalanes en los últimos decenios ha afirmado repetidamente y en varios documentos el hecho de la identidad nacional de Catalunya, y que ésta es un componente con personalidad propia dentro del Estado plurinacional español. Como afirmaba mi predecesor, el arzobispo Ramon Torrella, la lengua, la cultura y «las instituciones propias deben ser vividas» «como respuesta a unas aspiraciones históricas, profundas e irrenunciables que deben ser, al mismo tiempo, fuente de realismo y de esperanza».

Para nosotros, los creyentes en Jesucristo, la presencia constante de la Iglesia en la historia de nuestra tierra debería ser no sólo un testimonio de fidelidad histórica, sino un estímulo a la hora de mantener esa fidelidad encarnada en la lengua, la cultura y la identidad de esta nación conocida con el nombre de Cataluña y que hoy, 11 de septiembre, celebra su día.

Vuestro.