Fecha: 6 de diciembre de 2020

El próximo martes es la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el triunfo de la pureza y la inocencia en el mundo. Y este año, debido a la pandemia, se ha trasladado el Día del Seminario 2020, cuando rezamos y ayudamos al Seminario. La Inmaculada nos lleva a dar gracias por aquel «sí», aquel «fiat» generoso y único de María: «¡Hágase en mí, según tu palabra!» (Lc 1,38). Y desde ese sí, amamos a todos los seminaristas y sacerdotes que dan también su sí en respuesta a la vocación, y especialmente lo pronuncian el día de su ordenación sacerdotal. Un sí para cada día, para cada entrega de caridad pastoral, y sobre todo para cada eucaristía, cuando se hace verdad que cada sacerdote es «un don y un misterio» (S. Juan Pablo II), un instrumento de Cristo para que Él pueda hacerse presente en medio de su pueblo y lo pueda acompañar. Podemos aprender a acoger mejor a Jesús en la acogida que María le dio con toda la pureza de su vida fiel y llena de amor, sin sombra de pecado. La Virgen María sigue proponiendo «haced todo lo que Él os diga» (Jn 2,5), y nos ayuda a caminar con nuevo impulso en este Adviento que nos prepara para un seguimiento más fiel del Hijo de Dios que llega.

Bajo el lema «Pastores misioneros», acudimos a la Virgen Inmaculada para que nuestras Diócesis no carezcan de los servidores de Jesucristo, llenos del amor de Dios, que lo den a conocer con su testimonio valiente y coherente, que prediquen el Evangelio a un mundo tentado de indiferencia. Es necesario que sostengamos el Seminario, que es el corazón de la Diócesis, con todas las fuerzas de nuestro interés y generosidad. ¡Dios nos lo recompensará! Nótese que ellos serán los «pastores» y al mismo tiempo los «misioneros» que tanto necesitamos y que se forman inicialmente con un tiempo de discipulado y de configuración con Cristo en la comunidad apostólica del Seminario, y posteriormente continúan en formación permanente, como apóstoles del Señor, en todas las etapas de la vida sacerdotal, en la juventud y primeros años de ministerio, como después en la madurez, y en la ancianidad, ya que los sacerdotes están llamados a dar ejemplo de entrega a Dios y a los hermanos en todas las etapas de su vida.

El Día del Seminario también nos recuerda que tenemos que presentar de nuevo la vida como «vocación» (cf. Papa Francisco «Christus Vivit», «Cristo Vive» cap. 8). Dios nos quiere para algo más que para ser felices solos, ricos y egoístas; que la vida se vive de verdad dándola, regalándola, poniéndola al servicio de nuestro prójimo, a ejemplo de Jesús. Quizás debido a la pandemia que sufrimos, nos hemos dado cuenta un poco más de que también los sacerdotes son «esenciales» en la sociedad.

Que el Día del Seminario sea una jornada comprometida de petición humilde y confiada. Sin oración no habrá vocaciones, no se escuchará la voz de Dios que llama, no crecerá la Iglesia, ni los discípulos evangelizadores. Sin oración no habrá formación de los pastores ni discernimiento evangélico. Sin oración, el Espíritu Santo que actuó en María, no podría actuar ahora y darnos los amigos del Esposo que tanto necesitamos. Cuando Cristo insiste en la necesidad de una evangelización universal y, haciendo notar la falta de trabajadores, envía a los apóstoles, paradójicamente no pide actividad sino oración: «Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2).