Fecha: 1 de mayo de 2022
En la primera lectura de este tercer domingo de pascua se nos narra que los apóstoles fueron conducidos ante el Sanedrín para ser interrogados por el Sumo Sacerdote porque, a pesar de que se les había prohibido enseñar en nombre de Jesús, ellos seguían anunciando el Evangelio. Cuando les piden explicaciones, Pedro y los otros discípulos únicamente encuentran un modo de justificar su actuación: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech 5, 29). Después de ser azotados, los dejaron en libertad prohibiéndoles hablar en nombre de Jesús. Las autoridades del pueblo seguramente pensaban que con este escarmiento se asustarían y dejarían de predicar. Sin embargo, ellos “salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús” y “ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando la buena noticia acerca del Mesías Jesús” (Hech 5, 41-42). Ante la amenaza reaccionaron con la libertad que da el conocimiento de Cristo.
Esta situación se repite constantemente a lo largo de la historia de la Iglesia. Los cristianos, al igual que aquellos primeros discípulos, estamos llamados a dar testimonio de la fe en las diversas situaciones y circunstancias en las que nos toca vivir. Éste, no consiste en hacer sufrir a nadie por la Verdad, ni en discursos ideológicos que únicamente buscan convencer de unas teorías, sino en dar razón de nuestra esperanza con delicadeza y respeto y estar dispuestos a aceptar el padecimiento por ella. Solo así puede dar frutos con el tiempo el anuncio del Evangelio. La libertad cristiana consiste en no dejarse vencer por el miedo ante las dificultades que nos pueda suponer el testimonio de la fe, y es posible por el don de fortaleza que nos da el Espíritu Santo.
En el contexto cultural en que vivimos en Europa, a los cristianos se nos plantean unos nuevos retos: comportamientos que hasta ahora eran tolerados mediante una despenalización adquieren la consideración de derechos que deben ser protegidos y promovidos. Esto está teniendo consecuencias en la legislación: recientemente se ha dado un paso más en el conjunto de leyes que conducen a que la vida humana quede gravemente desprotegida, con la aprobación de la ley que permite la práctica de la eutanasia y la considera como un derecho. También se han aprobado leyes que se inspiran en principios antropológicos que absolutizan la voluntad humana, o en ideologías que no reconocen la naturaleza del ser humano que le ha sido dada en la creación y que debe ser la fuente de toda moralidad. De este modo, los deseos subjetivos pasan a considerarse derechos sin reconocer ni aceptar ningún límite ético.
Si a esto unimos la pretensión por parte de los poderes públicos de modelar la conciencia moral de las personas, no nos puede extrañar que en estas leyes se promueva, además, la imposición de estos valores y principios en los planes educativos con medidas coercitivas, y se dificulte el derecho a la objeción de conciencia tanto de las personas como de las instituciones educativas, sanitarias o de asistencia social, limitando el ejercicio de la libertad. Para orientar a los católicos ante esta situación, la Comisión episcopal para la Doctrina de la Fe ha publicado una nota en la que se recuerdan los principios que deben inspirar su actuación en defensa de la vida y de la libertad. Durante las próximas semanas la comentaremos.