Fecha: 28 de noviembre de 2021
Hay quien dice que el mundo, nuestro mundo, está enfermo. Se lamentan y se quejan, ¡cómo está el mundo! Lo decimos a veces, también nosotros pero no hacemos nada, puede ser porque no sabemos qué podemos hacer, o puede ser también porque nos es más cómodo quedarnos mirando como espectadores sin hacer nada.
Y es cierto que el mundo, es decir, los hombres, estamos enfermos. Lo estamos desde el principio, desde el primer pecado, desde que esta enfermedad, el virus del egoísmo, se apoderó de los hombres como una inmensa pandemia.
Pero Dios, que nos ha creado por amor, no se ha quedado contemplando como un espectador nuestra desgracia, nuestra ofuscación, nuestra terquedad, sino que ha tenido misericordia de nosotros los hombres que ha creado y ha actuado para salvarnos.
Lo ha hecho enviando a su Hijo hecho hombre como nosotros, para que así, experimentando también él del todo las consecuencias de esta “enfermedad” hasta la muerte, nos salvara. Murió como hombre, pero en Él había una vida que no podía morir porque es mayor y poderosa que la muerte.
Es así como su Encarnación, su Muerte y su Resurrección se han convertido para nosotros en la vacuna que no sólo nos salva, sino que nos ha dado una nueva vida que tampoco puede morir porque es la suya. Empezamos, pues, a prepararnos para el misterio del nacimiento de Aquél que es nuestra medicina verdadera.
Estos días las calles se llenarán de luces y de músicas hermosas pero que a menudo nos distraen, nos hacen olvidar a nuestros hermanos que viven a oscuras y que no pueden iluminar los corazones. Luces, músicas, regalos no son malos, no. Pero no pueden satisfacer ni llenar el deseo de plenitud y no podemos dejarnos invadir por un ambiente consumista y superficial que nos aparte de los que sufren y de los que no tienen lo suficiente no sólo para hacer regalos sino ni siquiera para vivir.
“Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo único para que no se pierda ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn.3, 16). El médico está viniendo, el Salvador no tardará. Él es la luz verdadera que necesitamos. El Adviento, ese tiempo de espera y de preparación que empezamos hoy, nos conducirá hasta aquél que Dios envía al mundo como luz y como amigo, aunque como dice san Juan: “Existía el que es la luz verdadera, el que viene al mundo e ilumina a todos los hombres. Estaba presente en el mundo, que por él ha venido a la existencia, pero el mundo no lo reconoció. Ha venido a su casa, y los suyos no le han acogido” (Jn1, 9-11).
Preparémonos pues a su venida, nosotros queremos acogerlo, lo necesitamos, dispongamos nuestros corazones a recibirlo porque él es la luz verdadera de nuestras vidas y la música que debe acompañar nuestras obras.