Fecha: 27 de marzo de 2022

Han pasado ya dos años desde el inicio de la pandemia. En todo este tiempo, hemos hecho muchos esfuerzos para convivir con un virus indeseable que nos ha llevado de cabeza. Y después de mucho sufrimiento y angustia, ahora que empezábamos a recuperarnos y a ver el camino de la recuperación emocional y económica, el inicio de la guerra en Ucrania nos ha impactado a todos. La nueva normalidad ansiada no acaba de llegar.

Gracias a la investigación médica, a las medidas sanitarias adoptadas y a la implicación de la ciudadanía, hemos logrado controlar los contagios y sí, parece que estamos en la senda de la recuperación de la situación sanitaria previa a la pandemia. Ahora bien, no podemos cerrar los ojos ante la nueva realidad que nos toca vivir. Aparte de la crisis sanitaria y de tantas pérdidas humanas, la Covid ha dejado graves consecuencias. La pandemia ha agravado la pobreza de muchas personas y ha acentuado las desigualdades entre ricos y pobres, especialmente en las grandes ciudades. Por ejemplo, si observamos datos del año 2018 en los que la exclusión social en Cataluña era de un 16,9%, vemos que en 2021 la cifra casi se ha duplicado, llegando al 29,1%.

La Fundación FOESSA, constituida por Cáritas en 1965, ha realizado la primera radiografía completa del impacto de la crisis de la Covid en España y diversas comunidades autónomas. El próximo viernes, 1 de abril, se presentará un estudio segmentado de la situación en el territorio de nuestra diócesis. Las conclusiones son preocupantes: miles de personas de nuestro entorno se encuentran en una situación de exclusión social severa, y el empeoramiento significativo de las condiciones de vida se ha dado en aquellas que ya se encontraban en una situación muy vulnerable antes de la crisis, golpeadas por la precariedad laboral, el difícil acceso a la vivienda, etc.

Algunos datos concretos referidos a nuestra diócesis: en 2021, 33.000 hogares han pasado hambre; 360.000 hogares (1 de cada 3 hogares de la diócesis) no pueden acceder o mantener una vivienda digna. Y aún otro dato estremecedor: cuatrocientas noventa mil personas (18%) han dejado de comprar medicamentos o prótesis o de seguir tratamientos por problemas económicos.

Con la pandemia han aparecido nuevas formas de relación y de trabajo; por ejemplo, hemos sabido aprovechar los avances tecnológicos para comunicarnos a distancia y para teletrabajar, pero, por desgracia, hemos visto que el acceso a la tecnología no está al alcance de todos.

Sin duda, esta realidad debería hacer replantear el orden de prioridades de la acción política en nuestro país. Es necesario que los gobernantes aborden este problema y no nos distraigan ni se distraigan con temas secundarios. Hacer visibles a los más vulnerables con datos objetivos y rigurosos es un primer paso para intentar cambiar la realidad en la que vivimos, pero, ante la pandemia de la desigualdad, debemos ser atrevidos, valientes e inconformistas. Por ello, es necesario reclamar a los gobernantes, a los sindicatos y a los diferentes agentes sociales, un gran pacto para detener el incremento de la pobreza.

No podemos normalizar el drama de la exclusión social. Debemos actuar para construir una sociedad más cohesionada. Por eso, en este tiempo de Cuaresma os animo a practicar la limosna y la caridad con nuestros hermanos más vulnerables.