Fecha: 6 de septiembre de 2020
Para el cristiano lo más importante en la oración no es el método o la técnica, sino “la presencia del corazón ante Aquel a quien hablamos en la oración” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2700). Para poder llegar a vivir este encuentro, en la tradición de la Iglesia se han consolidado tres modos de orar que no son incompatibles y que, en cierto modo, tienen un carácter progresivo.
En primer lugar está la oración vocal. Constituye el primer paso en su aprendizaje. Cuando los discípulos le pidieron al Señor que les enseñara a orar (Lc 11, 1), respondió con el Padrenuestro. Al igual que los salmos, que son la oración más importante del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, el Padrenuestro es para ser recitado. De hecho, el cristiano recorre sus primeros pasos en la oración aprendiendo las oraciones fundamentales de la fe: la oración dominical, el saludo a la Virgen María, la alabanza a la Santísima Trinidad, etc… La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana: no se puede oponer a la oración interior ni despreciarla como algo propio de cristianos poco formados. Las personas necesitamos del lenguaje para expresar nuestros sentimientos a los que amamos. Por ello, cuando la oración vocal se vive en la presencia de Dios y no cae en la rutina, es el primer paso para la oración contemplativa. Pensemos en cuántos cristianos a lo largo de los siglos en la Iglesia han progresado en el camino de la santidad siendo fieles a formas sencillas de oración como el Santo Rosario.
Además de la oración vocal está la meditación. Para el cristiano esta no se reduce a analizar los movimientos interiores del propio espíritu, sino en confrontar la realidad de la propia vida con la Palabra de Dios. Cuando el creyente se deja iluminar por esa Palabra descubre la verdad sobre sí mismo, llega también a ser consciente de lo que Dios quiere de Él y va progresando en el camino de la vida cristiana.
La cima de la oración es la contemplación. Es cuando las palabras (oración vocal) y los pensamientos (meditación) dejan paso a la experiencia del amor de Dios. En ese momento el orante centra su mirada de fe y su corazón en el Señor y crece en el amor a Él. Aquí llega a plenitud “la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2712). Es la expresión más sencilla y el culmen de la oración, porque en ella las palabras y los pensamientos se trasforman en sentimientos. Por ello, la oración vocal bien vivida es la primera forma de oración contemplativa.
La tradición de la Iglesia y la vida de los santos nos enseñan que no puede haber auténtica vida de oración y auténtica unión con Dios sin el fundamento de la celebración de los sacramentos, en los que se vive objetivamente esa unión. Por ello, cualquier misticismo que oponga la unión mística con Dios a la que se realiza en los sacramentos, o que lleve a pensar que estos son innecesarios o están superados por las personas “espirituales”, no puede considerarse cristiano.