Fecha: 27 de septiembre de 2020

Dejamos atrás el verano y los días siguen transcurriendo a un ritmo inusual, distinto, que nos exige a todos un poco de paciencia. Y, así, con paciencia, nos enfrentamos a la incertidumbre y sinsabores que nos deja la Covid-19. En estos momentos, la paciencia es una de las virtudes más valiosa; una actitud que nos ha ayudado a muchos a tolerar, a comprender e incluso a soportar los contratiempos con fortaleza.

La paciencia atenúa la desesperación, nos lleva a la tranquilidad y a la paz; nos proporciona la serenidad necesaria para ver las cosas con equilibrio y sensatez; nos ayuda a adaptarnos a las circunstancias, haciendo que cualquier problema sea más fácil de afrontar. Pero no solo nos enseña a saber esperar, sino a hacerlo con una actitud positiva. No se trata de quedarse quieto y aguantar. Al contrario. La paciencia es activa. Es una respuesta basada en la sabiduría que exige poner en acción muchos de nuestros recursos emocionales. A veces, unos pocos segundos son suficientes. Se trata de un entrenamiento. Cuanto más la practiquemos, más pacientes seremos.

El papa Francisco dice al respecto: «Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira y, finalmente, nos convertiremos en personas que no saben convivir» (Amoris Laetitia, 92). Cultivar la paciencia es el arte de saber esperar. Así nos lo enseña la naturaleza. Para recoger los frutos en óptimas condiciones hay que esperar el tiempo propicio. Y su secreto es, precisamente, su eterna paciencia.

Las semillas piden tiempo, esfuerzo y paciencia. Así también sucede en nuestra relación con Dios. Si vivimos unidos a Él, y conforme a su voluntad, obtendremos fruto espiritual. Pero no pretendamos cosechar el mismo día que sembramos. No pidamos a Dios que corra. Sus respuestas no son inmediatas, pero siempre llegan. Confiar en Él es poner nuestra vida en sus manos. Es mirar adelante con esperanza. Es mantenerse firme en las contrariedades. Es ser conscientes de nuestra fragilidad y nuestras limitaciones. Es dejarse llevar.

La vida misma es sembrar y recoger. En momentos difíciles, si cultivamos la paciencia también podemos ser sembradores de paz. Dios nos ayudará a ser más fuertes y pacientes y a vivir con más serenidad. Permitamos que Dios nos ayude. Él tiene paciencia con nosotros. Nunca se cansará de estar a nuestro lado. Es la infinita paciencia de Dios frente a la impaciencia del hombre.

Queridos hermanos y hermanas, cuando tengamos la tentación de perder la paciencia con alguien, pensemos en lo paciente que Dios es con nosotros. Santa Teresa de Jesús se dio cuenta de la importancia de esta virtud cuando afirmaba: «Nada te turbe, nada te espante. Quién a Dios tiene nada le falta. Nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta. La paciencia todo lo alcanza». Con amor y paciencia casi nada es imposible.