Fecha: 1 de marzo de 2020
Acabamos de iniciar el tiempo de Cuaresma. Este hecho actualmente pasa desapercibido para muchos cristianos. La secularización de la sociedad y la privatización de la práctica religiosa que se ha producido en nuestra cultura, han reducido la vivencia de la fe a algo meramente subjetivo y han llevado a que ciertos usos y costumbres que en otras épocas eran comunes, sean actualmente desconocidos para muchos. A muchos bautizados las indicaciones de la Iglesia sobre el ayuno o la abstinencia les dicen muy poco o simplemente las ignoran. A diferencia de otros grupos religiosos que mantienen los signos que les dan una identidad colectiva, entre nosotros se ha producido una des-socialización de la fe. Esto, si lo vivimos correctamente y no oponemos la dimensión externa y la interior, puede ser positivo, porque nos puede ayudar a vivir la Cuaresma con más autenticidad, evitando unas prácticas únicamente externas y ritualistas.
Para ello, quiero invitaros a que este tiempo sea, ante todo, una ocasión para escuchar la Palabra de Dios que, si es acogida en la fe, puede iluminar nuestra vida, transformar nuestro corazón y reorientarlo de nuevo hacia Dios. En el relato evangélico de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama en la celebración de la Eucaristía de este domingo, escuchamos la primera respuesta del Señor al tentador: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo, 4, 4). La Palabra de Dios, escuchada y acogida en el corazón, es la que da la verdadera Vida.
Nuestro ritmo de vida no nos predispone a esta escucha de la Palabra. El afán por el pan, es decir, por todo lo material, en lo que tantas personas ponen su esperanza, puede cerrar el corazón a esa Palabra que nos orienta hacia Dios. El hombre de hoy, orgulloso de lo que es, de lo que hace, de lo que consigue o de lo que tiene, a menudo llega a pensar que no necesita a Dios y puede considerar su Palabra como algo que no le aporta nada. Ahora bien, si reflexionamos sobre la verdad de lo que vivimos, en algún momento descubrimos que todo aquello que tenemos o conseguimos no nos da la felicidad que esperamos. El corazón del hombre nunca se sacia con las cosas del mundo: cuando ha conseguido lo que quería empieza a desear otras cosas. Y es que en el fondo estamos necesitados de Dios.
Por otra parte, vivimos en un mundo en el que escuchamos muchas palabras que nos llegan por distintos caminos: las personas que conocemos, los medios de comunicación social, los instrumentos de las nuevas tecnologías, etc… Si analizamos todo lo que escuchamos descubriremos que no todas las palabras tienen efectos positivos en nosotros. Muchos de los mensajes que nos llegan nos producen inquietud, provocan sentimientos negativos hacia los demás, nos quitan la paz o nos apartan de Dios.
Los cristianos sabemos que la Palabra de Dios es la que más necesita nuestro mundo y, desgraciadamente, a la que menos atención prestamos. Por ello quiero invitaros a que durante la Cuaresma dediquéis cada día un tiempo a meditar el Evangelio. Allí encontraréis palabras de Vida y la paz del corazón.