Fecha: 10 de diciembre de 2023

Esta imagen que nos ofrece el libro del Apocalipsis (Ap 3,20), de Jesús en la calle, llamando a la puerta, esperando que le abramos es, en su sencillez, tan elocuente, que compendia todo lo que deberíamos vivir en Adviento. Sobre todo este año en que pretendemos vivir a fondo la vocación.

Un Jesús, como decía Lope de Vega, que espera con los pies llagados, la cabeza cubierta de rocío, «porfiando nuestro amor»:

«¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío pasas las noches del invierno oscuras?»

Un Jesús, cuya espera y aguante, hace posible nuestra esperanza. El poeta vierte en sus versos la experiencia que le provocó un texto de san Agustín:«Hasta cuándo, Señor, dice llorando, diré “mañana voy”, pues no te sigo» (poema Agostino a Dios). El santo había escrito en sus Confesiones citando el texto del Apocalipsis, «mañana te abriré mañana» (Conf. VIII,12,28).

La puerta cerrada es todo un signo de lo que está ocurriendo, es decir, lo que hace imposible el Adviento y, en consecuencia, la verdadera Navidad. Si la puerta sigue cerrada, es porque su dueño no quiere que entre o salga nadie, vive tranquilo en su aislamiento; o porque desde dentro no oye, quizá a causa de un ruido ensordecedor, o porque, oyendo los golpes no sabe identificarlos como llamadas a la puerta.

De ahí nuestra invitación al silencio. Se trata del silencio de Adviento, distinto al de la Cuaresma. Éste acentúa el objetivo de la conversión penitencial, mientras que el silencio del Adviento es el propio de la expectación, el que lo hace posible. Es como suele hacer un amigo que recibe una llamada por el móvil y, al responder, se retira a un espacio donde nada estorbe la escucha; o cuando, conversando con él, apaga la radio evitando que ningún sonido suplante su palabra; o cuando, si llega a recibir al amigo en su casa, decide no agobiarle con su propia palabrería, sino que se dispone a guardar silencio para crear el espacio necesario en el que el amigo hable libremente…

Además, el silencio del Adviento es el que vivimos acompañando a san Juan Bautista en su desierto. También denominamos al Profeta «puerta necesaria del Adviento».  Este silencio, además de hacer posible la escucha, tiene también un sentido purificador. Porque consiste en desenmascarar las falsas promesas y los falsos mesías, que utilizan la demagogia en la palabra y los regalos como señuelos. Hacer silencio significa no entrar en lucha de poder, sino en impedir que resuenen sus voces en el corazón arrebatándole la verdad.

La tarea del Adviento consiste en abrir la puerta. Pero, ¿por qué? Porque quien llama se ha identificado con su sola presencia. Dice el texto del Apocalipsis «Mira, estoy a la puerta y llamo», soy yo. Y otra voz amiga, según el poeta nos invita a recordar.

«¡Cuántas veces el Ángel me decía: “Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía!”.»

Es el tiempo, es el «hoy» y el «ahora» de, al menos, asomarse a la ventana para llegar a abrirle y disponerle en la casa el espacio que se merece.