Fecha: 24 de diciembre de 2023

Podemos haber recorrido el camino propio de Adviento desde el silencio, pasando por la puerta, escuchando la voz. Faltaría el último y necesario paso para cerrar la experiencia, es decir, la respuesta. Vivimos todo lo anterior para poder responder. Es también el momento más personal en el marco del diálogo, cuando la persona pone más de sí mismo.

Para entender y aprender a responder en Adviento no hemos de hacer otra cosa sino mirar a María. Siempre me ha parecido que ella encarna lo que un filósofo, I. Lepp, entendía por “existencia auténtica”, es decir, la persona humana que vive como lo que es, consciente del sentido de su vida, que lo asume y lo expresa con toda transparencia, sincera y libremente, consecuente, ante Dios y ante los otros… En su silencio, su apertura a Dios y su voluntad, su capacidad de escucha, su respuesta a la llamada, por tanto su fe como abandono y confianza, su amor…

Esto que vemos en María, la Madre del Señor, es lo que necesitamos para experimentar a fondo este tiempo de Adviento y la Navidad.

Si queremos que nos ayude la imaginación, podemos recordar tantas creaciones artísticas que plasman una María embarazada. El embarazo y el alumbramiento es una de las experiencias más extraordinarias que un ser humano puede vivir: riesgo, apuesta por la vida, don recibido y devuelto, esperanza, donación de sí, voluntad de esfuerzo gratuito, autorrealización… En María, madre de Jesús, esa experiencia fue elevada a la virtud del amor recibido y entregado, el Espíritu que transforma, perfecciona y eleva la condición de ser mujer y madre.

Siguiendo el pensamiento de los antiguos Santos Padres, siempre hemos considerado el Adviento como la celebración del tiempo en que la humanidad, en María, verdadero Pueblo de Israel, se dispone para dar a luz a Jesús. El verdadero Pueblo de Israel, concentrado en la persona de María, presta al Espíritu su humanidad para que Jesús llegue a ser nuestro hermano.

Sabemos que esto, que ocurrió hace más de dos mil años, sigue ocurriendo a lo largo de la historia y ocurre hoy. Jesucristo nace constantemente en cada uno que comienza a creer o renueva su fe. Además Él se va configurando, creciendo y perfeccionándose en cada uno de nosotros conforme avanzamos en la virtud. Es la tarea engendradora y educativa que realiza la Iglesia – madre con sus hijos. Y cuando la Iglesia cumple esa tarea, tiene a la Virgen María en medio de ella, dando continuidad en el tiempo a su misión.

Es el Pueblo de Dios, en su conjunto y todos y cada uno de sus miembros, quien engendra y da a luz a Jesús cuando evangeliza y educa. Engendra y conforma a Jesucristo en aquel que cree y se deja acompañar en su camino hacia la madurez en el Espíritu.

Esta misión no se puede improvisar. Como en María, comienza cuando es engendrado el Verbo de Dios en nosotros mismos, mediante la respuesta de fe al anuncio: “sí, de acuerdo, creo y acepto”. Esta es la respuesta decisiva en Adviento. El Cristo que llevamos en nuestro seno será el que transmitimos al hermano para que crea y tenga vida eterna.