Fecha: 12 de julio de 2020

En el presente escrito seguimos reflexionando sobre el acompañamiento personal de los procesos de crecimiento de las personas, de la mano del papa Francisco. El primer pilar, tal como considerábamos la semana pasada, consiste en tener una mirada cercana que lleve a contemplar, a conmoverse y detenerse ante el otro, una mirada llena de compasión que aliente a madurar en la vida cristiana. Hoy nos referiremos al segundo pilar, al hecho de que «el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad» a través de «una peregrinación con Cristo hacia el Padre» (EG 170).

El acompañamiento espiritual consiste en ayudar a la persona en el proceso de conocimiento de sí misma, de aceptación de sí misma y de desprendimiento  de todo egocentrismo; en ayudarla a establecer correctamente la relación con los demás, a ser consciente de la interdependencia, de que debe vivir en relación, en apertura, en comunión con los demás; consiste en acompañar a las personas en su proceso de crecimiento y maduración en libertad y responsabilidad, en la búsqueda, descubrimiento y seguimiento de la voluntad de Dios, y en el compromiso de servicio a Dios y a los demás. El que acompaña también está en camino, es un compañero que ayuda a discernir la voluntad de Dios y que busca la voluntad de Dios en su propia vida.

La Historia de la Salvación refleja el acompañamiento de Dios a la familia humana. Recordamos la alianza que estableció con Noé tras el diluvio, la que sella con el patriarca Abraham en el monte Moriah, y sobre todo, la que establece con Moisés en el  monte Sinaí. El pueblo de Israel también experimenta el acompañamiento de Dios a través de la palabra de los profetas. El salmo 22 expresa particularmente la confianza en Dios que acompaña y defiende: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (1-4).

De hecho, Jesucristo se convierte en el principal maestro del acompañamiento. Los evangelios nos ofrecen muchos ejemplos. El relato de su encuentro con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) es emblemático y muestra los pasos del arte de acompañar. Jesús se acerca, se pone a caminar con ellos, e inicia el diálogo con una pregunta; ellos responden relatando lo ocurrido los últimos días en Jerusalén, manifestando sus expectativas anteriores y los sentimientos presentes, mientras Jesús los escucha con atención; es entonces cuando les responde ampliamente y les explica todo lo que se refería Él en las Escrituras. Después simulará que iba a seguir caminando, pero ante sus ruegos seguirá acompañándoles. Al tomar el pan, bendecirlo, partirlo y distribuirlo, lo reconocerán, y volverán a Jerusalén para dar testimonio de su encuentro con el Resucitado.

El acompañamiento espiritual propicia la experiencia del encuentro con Cristo, y de su mano se convierte en peregrinación hacia el Padre, con la fuerza y la luz del Espíritu Santo. La finalidad del acompañamiento es, en definitiva,  ayudar a la persona a descubrir el proyecto que Dios tiene sobre ella, ayudarla en su camino de encuentro con Él, en su camino de maduración humana y cristiana, en su camino de santificación, de desarrollo pleno de su realidad de hija de Dios, de perfección cristiana como plenitud en Cristo. Este camino conduce hacia una vida plena y feliz. Este es el camino para alcanzar la verdadera libertad.