Fecha: 30 de mayo de 2021

Una de las cosas que más valoran los jóvenes actualmente es la fortaleza física. La práctica del deporte y el cuidado del propio cuerpo es una obsesión para muchos, porque es un camino para tener éxito. En muchos ámbitos de la vida, la fortaleza se entiende como una cualidad necesaria para conseguir los objetivos que alguien se propone: pensemos, por ejemplo, en la competencia que rige el mundo de la economía; o en las luchas por el poder tan presentes en la política. La fortaleza es para muchos la virtud de aquellos que luchan sin cansarse por alcanzar sus propósitos: es una condición para triunfar en la vida. Vista desde esta perspectiva, la fortaleza se identifica con la fuerza que tienen aquellos que no dudan en emplear los métodos necesarios para conseguir lo que quieren, aunque ello sea fuente de sufrimiento y de injusticias.

El don de fortaleza no tiene nada que ver ni debe confundirse con la falta de escrúpulos para conseguir lo que se desea, para imponer las propias ideas o incluso para hacer sufrir a los demás por la verdad. No es una cualidad para tener éxito, sino una condición para el auténtico testimonio de la fe, que se ha de profesar incluso en medio de la dificultad y los peligros. Consiste en la fuerza interior que da el Espíritu y que lleva al creyente a aceptar el sufrimiento por Cristo sin dejarse vencer por el miedo incluso ante la perspectiva de la muerte, porque está seguro de la esperanza de la Vida eterna a la que Dios nos llama a todos. Por ello, los mártires, que han mostrado su disposición a sufrir por la verdad y, perdonando a sus perseguidores, han manifestado que no querían hacer sufrir a nadie por ella, son los ejemplos vivos más claros de lo que significa la vivencia de este don del Espíritu.

San Agustín, en un sermón en la conmemoración del martirio de san Vicente, recuerda que el martirio no es la única arma que el mundo utiliza para matar la fe de los cristianos: cuando la persecución no es eficaz, se sirve de la seducción. La fortaleza no solo se manifiesta en la capacidad de vencer en la persecución, sino que ha de vivirse también cada día en la lucha contra las tentaciones y el pecado, para crecer en santidad y vivir en gracia y amistad con Dios.

Se trata de un don que debemos pedir de manera especial para los jóvenes que se acercan a recibir el sacramento de la Confirmación. Sabemos lo importante que es este paso en el camino de la fe, por lo que nos debemos alegrar que varios centenares de jóvenes y adultos lo pidan cada año en nuestra diócesis. Si tenemos en cuenta el ambiente social y familiar en el que muchos de ellos viven, estamos ante un pequeño milagro. Estoy convencido de que quieren seguir al Señor con sinceridad; pero en su entorno la opción de fe no es valorada y las exigencias de la vida cristiana no son ni comprendidas ni aceptadas socialmente. El miedo a comportarse, hablar o pensar de una manera diferente a como lo hace la mayoría es una prueba para la fe de muchos jóvenes. Mantenerse en el compromiso cristiano es un reto para el que deben estar espiritualmente preparados.

Os invito este domingo a orar de manera especial por todos los que este año han recibido o recibirán el sacramento de la confirmación, para que sean fuertes en la fe.