Fecha: 8 de mayo de 2022

Seguramente el mes de mayo es cuando mayor número de fiestas se organizan en nuestra sociedad. Tienen motivaciones diversas pero todas las fiestas nacen y se mantienen para solaz, para diversión o para celebración religiosa de todo ser humano. Es también una experiencia colectiva puesto que toda fiesta fomenta la sociabilidad.

Empezamos el mes con el Día (o la fiesta) del Trabajo. El día 11 celebramos la fiesta de san Anastasio en la ciudad de Lleida de la cual es Patrono. Un fin de semana se dedica a la fiesta de Moros y Cristianos, otro a la fiesta “dels caragols”. Además las advocaciones marianas de muchas de nuestras poblaciones concitan actos festivos abiertos a todos.

También coinciden en este mes muchas celebraciones sacramentales que conllevan fiestas familiares o parroquiales porque algunos de sus miembros han tomado la Primera Comunión o han recibido el sacramento de la Confirmación.

Se ha estudiado mucho la dimensión festiva del ser humano con la ampliación al juego en sus diversas manifestaciones (homo ludens); se ha investigado con mucha profundidad todo lo que ha producido el ser humano con sus propias manos o con la utilización de instrumentos o máquinas (homo faber), seguramente como alternancia a lo que el hombre piensa, escribe o estudia (homo sapiens). Otras denominaciones ha recibido el ser humano por parte de filósofos o antropólogos definiéndolo como homo oeconomicus, o también como homo consumericus (consumista). Todas las denominaciones hacen referencia a la naturaleza del ser humano por lo que es y por lo que produce; también por lo que celebra.

Los grupos humanos se organizan para comer y para trabajar, para descansar y para cantar, para reunirse y para invocar a Dios o alguno de los santos pidiendo protección contra las adversidades o agradeciendo los favores recibidos. Esos mismos grupos celebran los acontecimientos relevantes asociados a días señalados de su historia.

Los cristianos participamos de todas las celebraciones y actos culturales que se manifiestan en sus respectivas sociedades. Nos lo recordaba el Concilio Vaticano II: “Vivan los fieles en muy estrecha unión con los demás hombres de su tiempo, y esfuércense en penetrar su manera de pensar y sentir, cuya expresión es la cultura” (GS 62). Por otra parte esto no es una novedad del siglo XX, está metido en lo más profundo de nuestra fe desde las páginas de los evangelios y de los primeros escritores de la antigüedad (hay una preciosa Carta a Diogneto, del siglo II, que así lo atestigua). Toda nuestra implicación en la promoción de la cultura que respete la dignidad de la persona, que fomente la ayuda entre los pueblos y que promueva la justicia y la paz. También lo afirmaba el Concilio Provincial Tarraconense (1995) “…les compete hacer que la Iglesia, manteniéndose en su identidad, no llegue a ser irrelevante cultural y socialmente”. Es mucho lo que aportamos desde la fe para la construcción de un mundo más justo, más pacífico y más solidario.

Los cristianos solicitamos al mismo tiempo respeto por las manifestaciones festivas que tienen un componente marcadamente religioso, sean las celebraciones de la Semana Santa o las fiestas de los respectivos Patronos. Nos cuesta aceptar la burla o el desprecio a lo que consideramos de más sagrado; nos cuesta aceptar la consigna de la supuesta división o enfrentamiento que marca, en un estado laico, la manifestación religiosa como expresión profunda de la propia personalidad.

Colaboremos, humanicemos nuestras relaciones, vivamos con sinceridad las fiestas.