Fecha: 3 de mayo de 2020

El cuarto domingo de Pascua, en el que escuchamos las palabras de Jesús presentándose como el Buen Pastor, se celebra en toda la Iglesia la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Todos los cristianos estamos invitados a pedir al Señor que abra el corazón de los jóvenes a su llamada, para que con generosidad y sin miedos entreguen la vida al servicio del Evangelio y del Pueblo de Dios. Los creyentes valoramos el testimonio de los sacerdotes que cuidan la fe de nuestras comunidades cristianas, y también el de tantos consagrados y consagradas que, viviendo con fidelidad su vocación, se entregan por servir a los demás, nos ayudan en nuestra fe y dan vida a la Iglesia.

La decisión de seguir al Señor y entregarle la propia vida es un compromiso que a muchos les atemoriza, porque es como iniciar un camino en el que no todo está programado desde un primer momento: exige confianza en Dios, renuncia a los propios proyectos, disponibilidad a dejarse educar para valorar las cosas de manera nueva y fidelidad al compromiso que se ha asumido. Esto es propio de cualquier estado de vida cristiana, también en la vocación a formar una familia fundada en el sacramento del matrimonio. También en este caso muchos jóvenes se muestran indecisos a la hora de asumir un compromiso para toda la vida. Debemos orar para que los jóvenes cristianos vivan su fe con alegría y encuentren en ella la fuerza para comprometerse en la vocación a la que Dios les llama.

El mensaje del papa Francisco para la jornada de este año es una breve meditación sobre las cuatro actitudes que abren el corazón a responder a la invitación del Señor a seguirle. En primer lugar se debe vivir la fe con gratitud. Quien ha conocido al Señor y quiere vivir en amistad con Él, la fe no le resulta una carga pesada que se soporta como una obligación, sino como un don que abre nuevos horizontes en la propia vida y que la llena de alegría. Solo desde esta alegría puede abrirse el corazón a su llamada.

La respuesta a esta llamada no significa que no pueda haber dificultades. Las tuvieron los discípulos, que en muchos momentos sintieron miedo (el papa comenta el pasaje de la barca azotada por una tormenta en el lago de Tiberíades), Pero en medio del miedo escucharon una palabra que les dio paz: ánimo. En el comienzo de toda vocación puede haber miedo a lo desconocido. Es la palabra del Señor, que nos invita a confiar más en Él que en las propias fuerzas, lo que nos da la fuerza para superarlo.

A lo largo del camino pueden aparecer dificultades y cansancios que en un primer momento no se imaginaban, porque las cosas no suceden como se habían programado, y se corre el peligro de apartar la mirada del Señor y hundirse como Pedro en el agua. Solo quien en esa situación no se encierra en sí mismo y en las dificultades puede llegar a vivir la vocación convirtiendo su vida en un canto de alabanza alegre y agradecida a Dios, siguiendo el modelo de la Virgen María. Que, animados por su testimonio, los jóvenes no tengan miedo de ser generosos para entregar la vida.