Fecha: 30 de octubre de 2022

En la vivencia de la vocación personal uno ha de asumir el gran reto de discernir. Discernir significa detectar, descubrir algo entre cosas similares. En el caso de la vocación significa captar, distinguir la voz de Dios (su voluntad) entre otras voces y otras voluntades. Ya hemos dicho que Dios tiene un lenguaje especial, aunque accesible a nosotros, porque Él mismo asumió nuestras formas humanas para comunicarse.

Hemos señalado también la necesidad de aprender el lenguaje de Dios para captar o distinguir su voz en medio de tantas voces como nos llegan. También hemos dicho que este aprendizaje se adquiere por el trato con Él. Es el primer paso del discernimiento. Hacer de nuestra vida una respuesta a la llamada de Dios (vocación) requiere hacer estos cuatro pasos: captar su voz, entenderla, acogerla y actuar en consecuencia.

Llegar a “entender” lo que Él quiere es un reto mayor. Pues este “entender”, no solo requiere el trato con Él, sino también vivir desde dentro la empatía que da el amor. Nos imaginamos que uno está escuchando una grabación donde aparecen conversaciones entrecruzadas y confusas. De pronto detecta una voz de alguien que conoce bien, porque es amigo suyo. Si llega a ver a quienes hablan, será capaz de identificar a su amigo y no necesitará escuchar todas las palabras que diga, sino que descubrirá lo que dice con sus gestos, la expresión de su rostro, aun estando en silencio. La amistad le ha dado la capacidad de entenderle incluso más allá de lo que expresan los labios del amigo. Entre amigos no se cruzan grandes discursos, pues hasta los silencios hablan y pocas palabras pueden comunicar toda el alma. A veces las madres no necesitan que el hijo o la hija explique qué le pasa: lo adivinan con solo mirarle. Es la convivencia y, sobre todo, el amor lo que da capacidad de conocer y entender la interioridad del otro.

En este contexto de amistad se realiza casi espontáneamente el siguiente paso: acoger, asumir, hacer nuestro, lo que se ha entendido que es su voluntad. ¿Se trata de una experiencia de sometimiento y servidumbre? Es la atmósfera de amor en que se realiza todo el discernimiento lo que nos ayuda a entender. Cuando rezamos el Padrenuestro le decimos a Dios que se haga su voluntad, en la tierra como se hace en el cielo. No hacemos otra cosa que imitar a Jesús, que dijo que su alimento era hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). San Pablo nos recuerda que no somos esclavos, sino hijos (cf. Rm 8,15-17) y Jesús nos dijo “ya no os llamo siervos, sino amigos” (cf. Jn 15,15). La vida como vocación incluye el discernimiento y éste exige la obediencia. Obediencia quiere decir la coincidencia, la sintonía, entre nuestra voluntad y la de Dios; no precisamente que coincidan la voluntad de Dios con la nuestra. Y esta obediencia no es, sin más, la debida a una norma, sino al amor fiel que incluye el acto de fe y la voluntad de seguimiento a la persona de Jesucristo.

Con un último paso se completa el discernimiento: se ha de actuar en consecuencia. Recordamos aquellas advertencias de Jesús que vinculaban la escucha de la Palabra a su necesario cumplimiento. No basta con escuchar, conocer, incluso decir o proclamar la voluntad de Dios, sino que hemos de cumplirla concretamente (“no el que dice, sino el que hace entrará en el Reino de los cielos…“el que escucha y cumple… el que escucha y no cumple” cf. Mt 7,21-27; “¿quién obró la voluntad?… el que fue realmente a trabajar” (cf. Mt 21,28-31).

La vocación, con su discernimiento, acaba en la vida. Lo otro son discursos, música o poesía. Pues nació en la vida concreta y a ella conduce, en ella nos espera Jesucristo.