Fecha: 28 de abril de 2024
Hoy, quinto domingo de Pascua, escucharemos que Jesús nos dice: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). El país de Jesús era tierra de vinos. Nuestra diócesis tortosina es también tierra de viñas. Y esto hace que podamos sintonizar bien con el mensaje del Evangelio que hoy se proclama en la eucaristía dominical.
Somos llamados a dar fruto. Sin fruto las viñas no son nada. Hoy en día, cuando todo quiere ser un reclamo para el consumo, se ha difundido el llamado enoturismo, que consiste en pasear por campos de viñas, puestas en fila, muy trabajadas, participando de la vendimia cuando es el tiempo. Ahora bien, los viñadores saben bastante bien que, sin fruto, por más bonitas y puestas en fila que sean las viñas, por más que causen satisfacción a la vista, tienen los días contados. Como nosotros, sin fruto solo vivimos obsesionados por la imagen, por las apariencias.
En el fragmento evangélico mencionado, Jesús se refiere a los sarmientos que somos nosotros, y dice que el sarmiento que da fruto, el Padre “lo poda, para que dé más fruto”. Los campesinos viñadores saben por experiencia que hay que limpiar y podar para que la vendimia vaya bien, produciendo buenos frutos. Aplicado a nuestra relación con Jesús, la poda puede consistir en estar dispuestos a podar defectos, talantes, maneras de actuar que no son adecuadas en la vida de la comunidad cristiana parroquial, o maneras de actuar a nivel personal que no ayudan a hacer presente el rostro de Cristo.
Por otro lado, como también remarca el texto evangélico de hoy, si el sarmiento no está unido a la vid, de ningún modo podrá dar fruto, no habrá uva, ni buen vino. Efectivamente, a veces nuestra vida es como un vino que no acaba de satisfacer, no tiene buen gusto, es decir, a menudo vivimos como haciendo cara de vinagre, con agrura, sin contagiar alegría y esperanza, sin dar fruto. El fruto que, como sarmientos, tendríamos que dar es el testimonio gozoso y coherente de nuestra vida cristiana. La condición para dar fruto es permanecer unidos a la vid, es decir, unidos a Jesús. Como decía San Agustín, “aquel que piensa que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid; el que no está en la vid no está en Cristo; y el que no está en Cristo no es cristiano” (In Ioannem tract., 81).
Finalmente, Jesús nos dice: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará” (Jn 15,7). Por lo tanto, el dar fruto en nuestras vidas depende de la oración. Animémonos mutuamente en este tiempo de Pascua a pedir a Jesús que nos ayude a pensar cómo Él, actuar como Él, mirar las cosas y el mundo con la mirada de Él, amar como Él nos ama, empezando por amar como Él a los más pobres y desvalidos, dando frutos de bondad y de paz.