Fecha: 22 de agosto de 2021
Es porque Cristo ha resucitado que nosotros somos hijos de Dios, hemos recibido el perdón y hemos sido hechos, por el bautismo, herederos de la vida eterna. La Virgen María y todos los santos y beatos, con sus méritos unidos a los de Jesucristo, el único mediador y redentor, nos aportan la gran revelación del triunfo de la gracia, el perdón de los pecados y el premio de la vida eterna. Y nos hacen llegar la gran verdad de que es posible la santidad en todos los estados de vida y en toda circunstancia histórica.
El Papa Francisco a su Exhortación apostólica «Gaudete te Exsultate» («Alegraos y regocijaos», citando Mateo 5,12) hace una llamada a la santidad para que resuene, una vez más -como ya lo hizo el Concilio Vaticano II-, la llamada universal a la santidad, que todos tenemos, procurando encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Hemos sido elegidos en Cristo «para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor; nos ha destinado a ser sus hijos» (Ef 1,4-5).
«¡Todos podemos ser santos!», proclama el Papa Francisco. «Todos los cristianos, como bautizados, tienen una igual dignidad ante el Señor y los une una misma vocación que es la santidad». Y también dice: «Los santos no son héroes, sino pecadores que siguen a Jesús por el camino de la humildad y de la cruz, y así se dejan santificar por Él, porque nadie se hace santo a sí mismo». La Iglesia, por más que esté formada por pecadores como nosotros, es «una, santa, católica y apostólica», así lo afirmamos en el Credo, ya que es Dios quien la hace vivir en la santidad y la renueva constantemente con su gracia santificante. Pero también es cierto que, de entre los pecadores, el Señor elige algunas personas para hacer ver mejor la santidad, para dar a conocer mejor que es Él quien santifica. «La santidad, dice el Papa, es el rostro más bello de la Iglesia: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, pues, que la santidad no es una prerrogativa sólo de algunos: es un don que se ofrece a todos; nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano». La santidad es vivir con amor y ofrecer el testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día, donde estamos llamados a convertirnos en santos. Cada uno en las condiciones y en el estado de vida en que se encuentra».
Debemos dar gracias a Dios por estos hermanos, los santos y beatos de nuestras tierras y comarcas, que amaban las mismas cosas que nosotros y fueron fieles a la fe y la gracia recibida, haciéndola fructificar. Conozcamos sus vidas, sus tentaciones, sus virtudes y sus acciones. Alabémosles y pidámosles que nos acompañen y protejan, y que un día nos reciban en la gloria. Así lo proclama la liturgia en la muerte de un bautizado: “Al paraíso te lleven los ángeles, a tu llegada te reciban los mártires y te introduzcan en la Ciudad Santa de Jerusalén.