El Cabildo Catedral de Santa María de Urgell ha preparado un folleto sobre todos los santos y beatos de nuestra Diócesis de Urgell, que pronto verá la luz. Somos una Iglesia que se arraiga en la predicación apostólica de S. Pablo, y que confiesa la fe en Cristo, adornada por el testimonio de sus santos. Sabemos que ya en el siglo VI, con el obispo S. Justo de Urgell, encontramos los rastros de una Iglesia bien constituida, que participa en los Concilios y puede escribir documentos magisteriales inspirados, y que sobre todo testimonia la santidad de Dios en sus miembros.

Es porque Cristo ha resucitado que nosotros somos hijos de Dios, hemos recibido el perdón y hemos sido hechos, por el bautismo, herederos de la vida eterna. La Virgen María y todos los santos y beatos, con sus méritos unidos a los de Jesucristo, el único mediador y redentor, nos aportan la gran revelación del triunfo de la gracia, el perdón de los pecados y el premio de la vida eterna. Y nos hacen llegar la gran verdad de que es posible la santidad en todos los estados de vida y en toda circunstancia histórica.

El Papa Francisco a su Exhortación apostólica «Gaudete te Exsultate» («Alegraos y regocijaos», citando Mateo 5,12) hace una llamada a la santidad para que resuene, una vez más -como ya lo hizo el Concilio Vaticano II-, la llamada universal a la santidad, que todos tenemos, procurando encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Hemos sido elegidos en Cristo «para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor; nos ha destinado a ser sus hijos» (Ef 1,4-5).

«¡Todos podemos ser santos!», proclama el Papa Francisco. «Todos los cristianos, como bautizados, tienen una igual dignidad ante el Señor y los une una misma vocación que es la santidad». Y también dice: «Los santos no son héroes, sino pecadores que siguen a Jesús por el camino de la humildad y de la cruz, y así se dejan santificar por Él, porque nadie se hace santo a sí mismo». La Iglesia, por más que esté formada por pecadores como nosotros, es «una, santa, católica y apostólica», así lo afirmamos en el Credo, ya que es Dios quien la hace vivir en la santidad y la renueva constantemente con su gracia santificante. Pero también es cierto que, de entre los pecadores, el Señor elige algunas personas para hacer ver mejor la santidad, para dar a conocer mejor que es Él quien santifica. «La santidad, dice el Papa, es el rostro más bello de la Iglesia: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, pues, que la santidad no es una prerrogativa sólo de algunos: es un don que se ofrece a todos; nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano». La santidad es vivir con amor y ofrecer el testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día, donde estamos llamados a convertirnos en santos. Cada uno en las condiciones y en el estado de vida en que se encuentra».

Debemos dar gracias a Dios por estos hermanos, los santos y beatos de nuestras tierras y comarcas, que amaban las mismas cosas que nosotros y fueron fieles a la fe y la gracia recibida, haciéndola fructificar. Conozcamos sus vidas, sus tentaciones, sus virtudes y sus acciones. Alabémosles y pidámosles que nos acompañen y protejan, y que un día nos reciban en la gloria. Así lo proclama la liturgia en la muerte de un bautizado: “Al paraíso te lleven los ángeles, a tu llegada te reciban los mártires y te introduzcan en la Ciudad Santa de Jerusalén.