Fecha: 15 de noviembre de 2020

En el domingo penúltimo del año litúrgico el Papa Francisco ha querido que celebráramos la Jornada mundial de los pobres, y ha enviado un Mensaje que titula: «Tiende la mano al pobre» inspirándose en el Sirácida 7,32. Reclama que todos los cristianos del mundo volvamos los ojos y alarguemos la mano, es decir, nos hagamos aún más hermanos, para con todos aquellos que menos tienen y que menos han recibido, a menudo a causa del pecado de los poderosos y la indiferencia de muchos.

«La pobreza siempre asume rostros diferentes -dice el Papa- que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).” Precisamente la pandemia que estamos sufriendo ha revelado rostros nuevos de pobreza. Pensemos en los ancianos y las personas solas, las residencias, los que no encuentran lugar en las unidades de cuidados intensivos. Y pensemos en las naciones con economías débiles y dependientes, a las que una larga crisis sanitaria, social y económica, hará tambalearse de forma muy grave. Tender la mano al pobre debe significar compartir, ser solidarios y ayudar de forma generosa.

«La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Todos los que queremos vivir la fe cristiana debemos ser generosos con los pobres, sostenerlos, consolar a los afligidos, aliviar los sufrimientos y trabajar para devolver la dignidad a quienes están privados de ella. La opción preferencial por los pobres no puede estar condicionada por si tenemos tiempo o si entra en el proyecto pastoral o social que nos hemos fijado, sino que hemos de contar con el poder de la gracia de Dios que nos hará superar situaciones que parecían imposibles». Y continúa diciendo el Papa Francisco que con esta Jornada vuelve a llamar la atención sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, pues los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana. Estamos llamados a involucrarnos en la experiencia del compartir sin esperar a que otros ya lo harán.

Somos invitados a vivir la pobreza evangélica en primera persona. Si un miembro de la familia humana sufre, todos nos sentimos responsables. Quizás no tenemos soluciones generales, pero los cristianos, con la gracia de Cristo, debemos tener gestos de compartir y recordar el valor del bien común, que se convierta en un compromiso de vida para no olvidar ni descartar a nadie, para no caer en una indiferencia culpable. Tender la mano al pobre es un signo de proximidad, solidaridad y amor, como tantas personas lo han demostrado durante los meses de pandemia. Mantengamos, pues, los gestos concretos y reales de misericordia y estima por todos los que sufren, con un corazón humilde y respetuoso, y acojamos la invitación del Papa a la responsabilidad y al compromiso directo para con todos aquellos con los que compartimos un mismo destino. Y cuando convenga, denunciemos a aquellos que tienden «manos de muerte», manos que siembran la muerte. Pidamos tener capacidad de empatía con los hermanos más desfavorecidos, y que ayudados por la Virgen María, la «Madre de los pobres», podamos reunirnos los hijos predilectos de Dios y todos los que lo sirven en el nombre de Cristo. Y el Papa Francisco al final de su mensaje, nos invita a hacer «que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad».