Fecha: 1 de enero de 2023
Empezamos el año celebrando la solemnidad dedicada a María, Madre de Dios. Esto significa que toda la gracia de la que ella fue llena, todos los dones con que el Señor la enriqueció, toda su existencia iba dirigida a esta misión, ser la Madre de Jesús que es Dios, ser por tanto la Madre de Dios.
Celebramos a la vez la Jornada Mundial de la Paz. María es también Madre de la Paz porque Cristo, su Hijo, es la paz verdadera. Los judíos se saludaban con la expresión «Shalom», que significa «paz», pero también bienestar, plenitud. En el Antiguo Testamento la paz era un don de Dios, un don que traería el Mesías al mundo. Y en Belén los ángeles anunciaron la paz a los hombres que ama al Señor (Lc. 2,14), porque la Paz es Él, Jesucristo, presente ya en el mundo.
Quizás nos podríamos preguntar, como hacen algunos, que si esto es así, si el Mesías ya ha venido y está con nosotros, ¿cómo es que todavía no hay paz en el mundo? La respuesta es evidente. Él ha venido ciertamente, y Él es la paz, pero nosotros debemos recibirla, debemos hacerla realidad en nuestras vidas, y si no acabamos de hacerlo, la paz no puede ser todavía una realidad universal.
Hoy es por tanto un día dedicado también a la Paz, pero no sólo para hablar de ella. Si de verdad recibimos a Jesús al Hijo de Dios, portador de la paz verdadera, nosotros deberemos ser también portadores de esa paz al mundo, constructores de esa paz. Por eso el Papa Francisco nos recuerda en su mensaje para esta Jornada Mundial de la Paz:
“Aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilando, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, pues, como hacen los demás: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (1 Tes. 5,6). Es una invitación a permanecer despiertos, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del amanecer, especialmente en las horas más oscuras.”
Un mensaje de esperanza, ciertamente pero también de apertura a los hermanos, de velar i confiar, de tomar conciencia de nuestra responsabilidad como cristianos. En el mundo hay mucho sufrimiento, y nosotros debemos abrirnos a la venida del Señor que nos trae la paz y ofrecerla a nuestros hermanos. Oremos hoy especialmente por la paz, por los sufrimientos producidos por las guerras que existen en el mundo, y por las que hay a veces también en nuestras familias, en la Iglesia incluso. Oremos hoy con la bendición que Dios reveló a Moisés para que la pronunciara sobre el pueblo:
“Que el Señor te bendiga y te guarde.
Que te haga ver la claridad de su mirada y se apiade de ti.
Que fije sobre ti su mirada y te dé su paz” (Núm. 6, 23-26).