Fecha: 4 de octubre de 2020
El próximo miércoles, 7 de octubre, celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario. Esta celebración mariana siempre me transporta a mi infancia. Recuerdo los atardeceres en los que rezábamos el rosario en familia. Una oración familiar que terminaba con las letanías a la Virgen.
Si nos fijamos en las letanías, descubriremos su verdadero sentido y belleza, pero para ello debemos abandonar los prejuicios y adentrarnos en ellas. Desde fuera pueden parecer oraciones monótonas, aburridas y arcaicas que no tienen cabida en el siglo XXI, pero os invito a descubrir que no es así. Están escritas con gran pasión y reflejan el profundo amor a Dios y a la Virgen, un amor eterno. Las letanías son, sin duda, un bello ejemplo de la expresión de este amor.
A lo largo de la historia, poetas, escritores y creadores de distintas disciplinas han intentado expresar el amor a través de su arte. Así, el arquitecto Antoni Gaudí ideó e inició el templo de la Sagrada Familia en Barcelona, una obra monumental inspirada por su profundo amor a Dios. Es por ello que se le conoce como «el arquitecto de Dios».
El amor que sentimos hacia los otros es difícil de describir y de medir. El amor que sentimos hacia Dios o hacia la Virgen escapa aún más a nuestra comprensión y es muy difícil de expresar con palabras. Pero tenemos ejemplos excelsos de esta expresión en los textos de santa Teresa de Jesús o de san Juan de la Cruz, que recogen su experiencia de profunda comunión con Dios; así ambos llegan a afirmar: «Vivo sin vivir en mí».
La magnitud del amor que muchos sentimos hacia la Virgen es tal que no es suficiente con una sola frase para poder describir este amor. Por ello, a veces se expresa en una retahíla de alabanzas. Así, de hecho, las letanías nacieron en los primeros siglos del cristianismo. Eran súplicas dialogadas entre los sacerdotes y los fieles, y se rezaban, sobre todo, en las procesiones. Aunque al principio eran dirigidas solo a Dios, se añadieron con el tiempo invocaciones a los santos y, especialmente, a la Virgen María. Las letanías marianas empezaron a multiplicarse en los siglos XV y XVI.
Desde entonces, ha llovido mucho y la sociedad ha cambiado, pero las letanías siguen ahí, siguen teniendo una inmensa fuerza y una gran profundidad. Si las leemos no de forma mecánica, sino con el corazón y teniendo en cuenta que quien las ha escrito es una persona enamorada de Dios y de la Virgen, las disfrutaremos. Detengámonos en cada palabra, en cada frase, sin prisas. Con amor. Con pasión. Cerrando los ojos y abriendo el alma, contemplaremos a la Virgen que nos está observando y escuchando.
Queridos hermanos y hermanas, os animo a rezar el rosario, a ofrecer «rosas» a María, especialmente en estos días; nos ayudará a ver la realidad con su mirada y nos llevará hacia su Hijo. Pidamos a María que nos acerque a la vida y a las palabras de Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.