Fecha: 17 de julio de 2022
En el evangelio de este domingo escuchamos la conocida escena de la acogida del Señor en Betania por parte de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Las dos reciben al Señor con la alegría de sentirse honradas por su presencia. En todo lo que hacen están manifestando el amor que sienten hacia Él, pero cada una tiene una prioridad distinta: mientras que Marta se ocupa de preparar las cosas necesarias para atenderle dignamente y se afana con el servicio; María, sentada a sus pies, se dedica a escuchar su Palabra. Ante la queja de Marta porque su hermana no la ayuda, el Señor le responde de una forma sorprendente: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por tantas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán” (Lc 10, 41-42).
Por el relato de la resurrección de Lázaro deducimos que Marta tenía una personalidad más espontánea y decidida que María. Al oír que el Señor venía a visitarlas por la muerte de su hermano, “salió a su encuentro”. María, en cambio, “se quedó en casa” (Jn 11, 20) y solo acudió al lugar donde estaba enterrado cuando Marta le dijo que el Señor la llamaba (Jn 11, 28-29). Movida por un sentimiento de confianza y de familiaridad con Jesús, Marta se dirigió al Señor diciéndole que, si hubiera estado allí su hermano no habría muerto, pero que sabía que todo lo que pidiera a Dios, Él lo concedería. Estas palabras de Marta fueron el comienzo de un diálogo con Cristo que culminó con una de las confesiones de fe más grandes que encontramos en el Nuevo Testamento: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que debía venir al mundo” (Jn 11, 27).
La corrección de Jesús a Marta no es una censura a lo que ella está haciendo; constituye una invitación dirigida a todos nosotros para que nos preguntemos por aquello que hacemos en la vida, por cómo lo hacemos y por el sentido que damos a nuestras acciones. No se trata de que tengamos una actitud pasiva ante las necesidades de las personas, sino que vivamos el servicio a los demás y las exigencias de nuestro compromiso cristiano libres de toda inquietud que nos pueda quitar la paz. El Señor no le reprocha a Marta su actitud de servicio. Le hace notar que la vive de tal modo que anda “inquieta y nerviosa”.
La observación del Señor nos sitúa ante la cuestión del sentido de nuestro actuar, de nuestro trabajo de cada día, de nuestras preocupaciones e inquietudes. Nuestro mundo nos impulsa a un estilo de vida que nos lleva con frecuencia al nerviosismo y estrés, porque nos impide gozar de la tranquilidad necesaria para reflexionar y preguntarnos por las motivaciones de lo que hacemos. A menudo no somos conscientes de que muchas de las cosas que nos causan preocupaciones e inquietudes en realidad son innecesarias, y nos desvían de lo que es esencial e importante para nuestra vida. María había escogido la parte mejor porque su corazón estaba centrado en el Señor; su presencia la había llenado de alegría. Para ella lo más importante en ese momento no eran las cosas, sino escuchar a Jesús y acoger su Palabra.
En un mundo que nos ofrece tantos mensajes que nos quitan la paz; en el que nuestro ritmo de vida tantas veces frenético nos dificulta prestar atención a la Palabra de Jesús, lo verdaderamente necesario es sentarnos a sus pies para alimentarnos de ella. Solo así nuestro compromiso en favor de los demás tendrá sentido y las preocupaciones de la vida de cada día no nos quitarán la paz.