Fecha: 20 de febrero de 2022
Una de las realidades que hoy más demandan “sostenibilidad” es el matrimonio.
No decimos esto subrayando el lado negativo de la realidad, es decir, dando a entender que el matrimonio hoy está en crisis y que, por tanto, hay que protegerlo, sino en el sentido más constructivo.
Que el matrimonio deba ser protegido es indudable. Pero el matrimonio cristiano es una realidad del Espíritu y, como sabemos, las realidades del espíritu tienen su propio estilo de vida. Así:
– No subsisten solo con leyes externas, ni con apoyaturas superficiales, ni con códigos de buenas conductas…
– Su estabilidad no es estática, no es inmovilismo. Al contrario, si no hay crecimiento, mueren.
– Son sostenibles sobre la base de una fidelidad creativa.
Las leyes han de proteger el matrimonio; pero en algunos casos colaboran a destruirlo. Los remedios psicológicos ayudan a la sostenibilidad, aunque tantas veces las recetas son precisamente la liberación de todo vínculo; los recursos a compensaciones lúdicas calman tensiones, pero siempre son efímeras…
¿Qué hace que el matrimonio sea sostenible? En la glosa que publicábamos hace unas cuatro semanas, hablábamos de la sostenibilidad de la vida cristiana. Y aprovechábamos el ejemplo de la vida matrimonial para explicar dos mensajes: por un lado, la conveniencia de volver a los orígenes del amor, cuando hay crisis y, por otro, la belleza del matrimonio de personas mayores que siguen amándose… mucho más que en los inicios del noviazgo.
La durabilidad del matrimonio se basa en lo que solemos llamar “fidelidad creativa”. Estas dos palabras parecen contradictorias: si uno es fiel, no tendría que introducir ninguna novedad. Pero, esta es la manera de entender la fidelidad en el mundo, que asegura la continuidad mediante la norma o la autoridad. Pero en la vida del espíritu, como es el caso de la existencia del matrimonio cristiano, no hay esta contradicción. En la vida del Espíritu no existen “copias”, ni simultáneas (es decir los que vivimos el mismo Espíritu no somos copias unos de otros), ni tampoco a lo largo del tiempo (es decir, no repetimos nunca exactamente los mismos gestos: las repeticiones, como en los ritos sacramentales, siempre son renovación, actualización…)
A lo largo de su existencia un matrimonio que desee vivir en el Espíritu de Cristo, se habrá abrazado y besado muchas veces, pero ninguno de estos abrazos y besos será copia de los anteriores. Poner en común el sueldo ganado en el trabajo profesional es un gesto de amor que se repite cada mes. Pero es nuevo cada vez, porque la vida del espíritu que hay detrás de ese acto es renovada, la vida de amor, de sufrimientos y gozos, es una recreación continua del amor esponsal. Si no fuera así, la rutina acabaría matando el mismo matrimonio, aunque mantuviera una apariencia de estabilidad. Se nota mucho si un matrimonio está vivo, moribundo o muerto.
La sostenibilidad del matrimonio cristiano, como dice el Salmo 1, depende de si está plantado al borde del río: “como el árbol junto al agua, que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas” (Sal 1,3)