Fecha: 12 de julio de 2020
Algunos místicos de la Edad Media afirmaban que el hombre nace con tres ojos: los de la cara, los de la inteligencia y los del corazón. Podríamos pensar que cuando vemos la realidad con los ojos de la cara ya lo hemos visto y lo hemos comprendido todo, pero no es así. La inteligencia nos hace comprender cosas que los ojos de la cara no ven y, por eso, es necesaria la reflexión con el entendimiento para comprender el mundo. Sin embargo, a pesar de ello, no es suficiente para poder llegar al fondo de las cosas, es necesaria una mirada más profunda, la que se hace con los ojos del corazón.
El corazón, en el lenguaje bíblico, indica el centro y la realidad más profunda de la persona. Por ello, el escritor Saint-Exupéry, en El principito, escribe que «no se ve bien si no es con los ojos del corazón». Y es también lo que nos propone el papa Francisco, que nos invita a hacer un buen discernimiento, a mirar las cosas desde el corazón y a ponerlas bajo la mirada de Dios.
Algunos observadores de la realidad han dicho que hay cosas que tendrán que cambiar en la sociedad de la post-pandemia. Se ha extendido un lema: «Saldremos de esta». Ahora bien, es evidente que solo con esta afirmación no se solucionarán los graves problemas económicos y sociales provocados por la Covid-19. Queda siempre la duda de cómo podremos salir adelante satisfactoriamente.
Durante la pandemia han aflorado virtudes como la solidaridad y la empatía de muchas personas que se han dejado afectar por el sufrimiento de nuestros hermanos, especialmente por la situación de nuestros ancianos. Un corazón que se deja afectar por el sufrimiento de los demás es capaz de trabajar en equipo para reconstruir una sociedad más justa y fraterna.
Todos estamos llamados a un serio discernimiento sobre el futuro de nuestra sociedad después de este signo de los tiempos, que ha sido la crisis del coronavirus. Nos pueden ayudar la enseñanza y los ejemplos del papa Francisco. Él clama contra «el acostumbramiento» (la pasividad) y la «globalización de la indiferencia» (Lampedusa, 2013). El discernimiento, que nos ayuda a mirar la realidad a la luz del Evangelio y de la mano del Espíritu Santo, es precisamente uno de los ejes de nuestro Plan Pastoral Diocesano.
El próximo mes de noviembre, cuando los efectos de la crisis económica y social se agudicen más, sin dejar los objetivos pastorales de la fraternidad y juventud, iniciaremos un nuevo año litúrgico con un nuevo objetivo prioritario que providencialmente será: «los pobres, destinatarios privilegiados del Evangelio».
Queridos hermanos y hermanas, espiritualidad, evangelización y caridad van unidos. Por eso, el Plan Pastoral nos recuerda que «desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos o praxis sociales y pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón» (EG 262). Se nos pide vivir una «mística de los ojos abiertos» atenta a la realidad que nos rodea y desde la cual nos llama constantemente el Señor.