Fecha: 25 de diciembre de 2022
«Nace la claridad de un día santo: venid, pueblos, adorad al Señor, que hoy ha bajado a la tierra una gran luz» (Aleluya de la misa del día de Navidad). Que la Navidad esté asociada a la luz no es nada que no sepamos. De hecho, las luces de las calles nos lo recuerdan estas fechas.
Es paradójico sin embargo que el Señor diga que «cuando alguien enciende una luz, no la pone bajo una medida, sino en un lugar alto, y arroja luz a todos los que están en la casa» (Mt 5,15), y Él decidiera nacer en el lugar más apartado del Imperio Romano, en el lugar más humilde, en un pesebre. ¿O quizás no lo es tanto?
De hecho, con esto, Jesucristo nos está mostrando cuál es el camino para poner esa luz en un sitio alto: la lógica del don y de la cruz. Es uno de los criterios para el discernimiento propuestos por el Papa Francisco. Jesús, al asumir nuestra naturaleza, al encarnarse, también encarnaba la lógica del don y la cruz. Nada se reservó para Él, nos lo dio todo: es la lógica de Dios.
San Pablo lo explica a la comunidad de Corinto así: «Jesucristo que es rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Co 7,9). Hacernos pobres, humildes, para enriquecer a los demás es para nosotros también orientarnos en el camino de la historia de la salvación que vemos realizado en su nacimiento en Belén.
Así, Jesús nos muestra que el camino de la humildad es el camino en el que brillará la luz de Dios en nosotros y entonces será luz para los de nuestro alrededor. Si estamos dispuestos a perder nosotros para que los demás ganen, no estaremos lejos del Reino de Dios ya que no es más que seguir la lógica del amor que siempre quiere que el otro gane.
Si Jesús no hubiera nacido como lo hizo, la luz que brilló en la cueva de Belén no habría sido tan resplandeciente. Estos días cada uno debe hacer esta peregrinación espiritual, imitando la peregrinación que hicieron los pastores hasta el pesebre, y debe ser para nosotros una peregrinación espiritual hacia la humildad, la austeridad de vida, la sencillez, el don de nosotros mismos.
Imitemos también la forma de hacer de María, que conservaba esta experiencia de vida en su corazón. Que guardemos en el corazón estos días el gran misterio de Dios hecho hombre, y que nos maravillemos con la contemplación de hasta dónde llega el amor de Dios Trinidad hacia cada uno de nosotros.
«Hoy ha bajado a la tierra una gran luz». Que no nos la quiten de nuestro corazón, no la dejemos perder. Hagamos nacer un pesebre en nuestro corazón y en cada hogar para que brille la gran luz del Niño Dios, luz humilde pero potente, capaz de llegar hasta los límites de la tierra y hacerlo todo nuevo. ¡Que tengáis todos una feliz y santa Navidad!