Fecha: 10 de julio de 2022

Mi primer destino como sacerdote en la archidiócesis de Barcelona fue el de vicario en la parroquia de San Vicente de Mollet. Y recuerdo que entre otras tareas encomendadas por el párroco había de ocuparme como consiliario del «esplai» parroquial. Allí tuve el primer contacto con esta realidad de Iglesia dirigida a los niños y adolescentes. Posteriormente, en otros destinos en Barcelona, también me tocó hacer de consiliario. Durante el curso organizábamos las actividades de cada fin de semana, especialmente en las reuniones del viernes por la noche. Pero, sobre todo, lo que más ilusionaba a monitores y niños era ir de colonias.

Vienen a mi memoria muchos recuerdos de aquellas reuniones y especialmente de las diferentes tandas de colonias en las que participé como consiliario. Y quiero compartir con vosotros mis reflexiones ahora que nos encontramos inmersos en las colonias de verano. Algunos porque ya las han hecho, otros porque están ultimando los detalles a fin de que todo salga bien.

Ir de colonias es una experiencia que enriquece y forma la persona. Forma en primer lugar a los niños porque a través de las actividades, los juegos, las ginkamas, los talleres, las excursiones, las competiciones, así como también a través de los ratos de descanso, de plegaria y de celebración de la Misa van descubriendo e interiorizando valores y virtudes que les forman como personas. Una buena amistad y relación con los demás, la capacidad de trabajar en equipo, el descubrimiento de la naturaleza, el hecho de compartir, de ayudarse, de perdonarse o de alegrarse son situaciones que van forjando un estilo de vida concreto y determinado en el que Jesucristo se convierte en el modelo de persona que debe tenerse siempre presente y seguirlo.

Pero también forma a los monitores porque les ayuda a sentirse protagonistas de un proyecto, de unas actividades, con una responsabilidad sobre los niños, con la capacidad de trabajar juntos para alcanzar las metas marcadas, para llevar a la práctica el centro de interés o el eje de animación que se ha establecido, para desarrollar las capacidades creativas con el fin de organizar las actividades, para superar las dificultades cuando se presentan en medio de la colonia. Todo ello son también situaciones que ayudan a crecer y madurar en un estilo de trabajo y de vida comunitaria en el que la Iglesia se convierte en el modelo a seguir y a tener siempre presente en toda la colonia o el campamento.

Además, soy consciente porque así lo he experimentado, de que los niños y los monitores en medio de un ambiente saludable, viviendo en comunidad, muy cerca de la naturaleza, están más abiertos y receptivos para descubrir y profundizar la fe en Jesucristo, para interesarse por la vida de La iglesia y por los cristianos en general. En este sentido es muy importante que todo el equipo de monitores, con el consiliario en el centro, tenga clara esta identidad que posibilita a los niños y a los propios monitores crecer en libertad, en solidaridad y fraternidad, en compromiso transformador y evangelizador, en definitiva, en Iglesia.

Este verano tendré ocasión de visitar alguna tanda de colonias y comprobar de nuevo el gran bien que hace a los niños y monitores su participación en los «esplais» de las parroquias, como presencia de la Iglesia en medio del tiempo libre. Os animo a vivir las colonias desde esta perspectiva.